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La situación mundial está marcada por la creciente rivalidad entre el viejo imperialismo estadounidense y el joven imperialismo chino, en el contexto de una grave crisis ecológica. Por el momento, esta rivalidad se limita esencialmente al frente económico y diplomático, pero es irreconciliable. Cada año, ambos bandos intensifican sus preparativos militares.
A largo plazo, uno de los dos bandos deberá triunfar sobre el otro en una confrontación a escala mundial, a menos que la clase obrera consiga trazar su propio camino hacia la toma del poder y revertir la lógica ineludible del imperialismo.
El imperialismo estadounidense ya no es tan hegemónico como antes, pero sigue siendo la primera potencia económica y, con diferencia, la primera potencia militar. Desde 2011, ha reorientado sus esfuerzos diplomáticos, económicos y militares en un intento de contener el ascenso del imperialismo chino. Lejos del libre comercio, esta lucha se está concretando ahora en un número cada vez mayor de prohibiciones, barreras, aranceles, etc. que afectan tanto a las exportaciones chinas a Estados Unidos como a las exportaciones a China de equipos y componentes tecnológicos avanzados, no sólo de Estados Unidos sino también de terceros países sobre los que el imperialismo estadounidense puede ejercer presión. Sin embargo, esta política proteccionista hacia un país con el potencial económico y científico de China tiene, a medio y largo plazo, efectos contradictorios para los propios intereses de Estados Unidos, porque empuja al gigante asiático a independizar su tecnología, sus cadenas de suministro y sus finanzas internacionales respecto de las actualmente controladas por su rival o imperialismos aliados.
Desde las reformas procapitalistas de 1978 y la restauración del capitalismo en 1992, China ha pasado de ser un país ampliamente dependiente de la inversión extranjera a ser un imperialismo conquistador, la segunda economía mundial. Esto se debe a la juventud de su imperialismo, que no arrastra tanto el peso del capital invertido en viejas tecnologías que se han vuelto obsoletas, como los viejos imperialismos. También se debe al control policial y la explotación feroz del proletariado chino, los campos de trabajo para los uigures, la colonización de los tibetanos, etc. Este imperialismo, que, como cualquier otro, tiene sus límites, crisis y frenos al desarrollo de las fuerzas productivas, es un candidato abierto a destronar al imperialismo estadounidense. Ejerce una presión económica creciente sobre todos los imperialismos de segunda fila, en particular los europeos, y disputa con éxito todas las zonas de influencia de los demás imperialismos en África, América Latina y Asia. Su influencia en organismos internacionales como la ONU y la OMC es creciente. Se ha comprometido a ampliar su control militar del Mar de China, en detrimento de todos sus vecinos, y amenaza periódicamente a Taiwán con una intervención militar para obligarla a volver a China.
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Esta lucha entre los dos imperialismos más poderosos para repartirse el mundo está trastocando todas las relaciones globales entre imperialismos y entre diferentes potencias capitalistas regionales, no sólo en términos económicos sino también al revivir viejos conflictos militares o abrir otros nuevos. Fue aprovechando la relativa desvinculación del imperialismo estadounidense con Europa que el imperialismo ruso invadió Ucrania, y fue para prepararse para una confrontación con China que Japón, en apoyo de Estados Unidos, decidió duplicar su presupuesto militar y calificó a China como «un desafío estratégico inédito y sin precedentes». En la misma línea, invocando la «necesidad de prepararse para la guerra contra Rusia», el gobierno alemán anunció, el 10 de mayo de 2024, su intención de aumentar el gasto militar en un 50% (del 2 al 3% del PIB) y restablecer el servicio militar obligatorio. La creación o reconstitución de bloques económicos y militares en torno a los dos principales imperialismos no sólo tiende a fragmentar el mercado mundial, sino que también traza las líneas de fuerza para un posible conflicto militar mundial. Mientras la OTAN se expande, fortalece sus capacidades y ahora incluye en sus proyecciones un conflicto con China, este país y Rusia han fortalecido su alianza económica y militar, en beneficio y bajo la dirección del mucho más poderoso imperialismo chino, y están tratando de ampliar su bloque de aliados (especialmente a través de la coalición BRICS). Por eso todos los imperialistas están aumentando su gasto militar.
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Los herederos del estalinismo, muchos socialdemócratas, la mayoría de las burocracias sindicales y las organizaciones pseudotrotskistas que les siguen los pasos, se niegan en generalmente a abrir la perspectiva del socialismo. Hace más de un cuarto de siglo que explican que el enemigo no es el capitalismo, sino el «neoliberalismo»; no el imperialismo, sino la «globalización»; no el capital, sino las «finanzas»; no su propio estado, sino la OMC o las alianzas regionales. Han llamado al fortalecimiento del estado burgués nacional, han abogado por medidas proteccionistas (a veces pintadas de verde), han apoyado el Brexit, etc.
La guerra económica entre las dos principales potencias imperialistas se suma a las recurrentes crisis económicas y financieras del capitalismo en la fase imperialista. Está obstaculizando la acumulación de capital, el comercio,…
A pesar de una mejora a corto plazo, las perspectivas mundiales siguen siendo modestas en comparación con los estándares históricos. En 2024-2025, se espera que el crecimiento sea inferior al promedio de 2010 en casi el 60% de las economías, que representan más del 80% de la población mundial. Predominan los riesgos a la baja, entre ellos el aumento de las tensiones geopolíticas, la mayor fragmentación del comercio y el aumento de las tasas de interés durante un período prolongado, además de la amenaza de desastres relacionados con el clima. (Banco Mundial, 11 de junio de 2024)
En 2022, el importante aumento de las tasas de interés oficiales de los bancos centrales de las principales potencias imperialistas, en respuesta a la inflación, precipitó crisis monetarias y financieras en muchos países dominados, lo que provocó fuga de capitales e inflación descontrolada que hundió a la población en la miseria y agravó la carga de la deuda, como en Turquía y Argentina. Según la ONU, el 9,2% de la población mundial padece hambre crónica y más del 60% de los africanos se vieron afectados por la inseguridad alimentaria en 2022. También en los países imperialistas, la pobreza y la inseguridad alimentaria se están extendiendo entre las capas del proletariado, los estudiantes, los pequeños agricultores y los trabajadores urbanos independientes. Incluso el gobierno federal de los Estados Unidos tiene que admitir en 2024 que el año anterior el hambre alcanzó allí su nivel más alto en casi una década, con 18 millones de hogares, es decir, el 13,5%, luchando por obtener suficiente comida. Lo mismo en el Reino Unido, donde 7,2 millones de adultos y 2,7 millones de niños se encontraban en situación de inseguridad alimentaria en junio de 2024 (el 14% de los hogares y el 18% de los hogares con niños).
El capitalismo es incapaz de organizar racionalmente la producción mundial para satisfacer las necesidades más básicas de la población, como la alimentación, la vivienda o la salud. La búsqueda incesante de beneficios, la coambmpetencia, la anarquía en la producción, la especulación y el total desprecio por las condiciones ambientales, dominan en todas partes.
La toma del poder por parte de la clase obrera dará a la agricultura y a la industria la única misión de satisfacer las necesidades humanas. Al expropiar a los grupos industriales como los grupos agroalimentarios, las grandes explotaciones agrícolas, las grandes empresas comerciales, los bancos y las compañías de seguros, el gobierno obrero tomará el control de la economía. Son los propios productores quienes mejor definirán tanto las necesidades que deben satisfacerse como los medios que deben emplearse. ¡Ésta es la lucha de los comunistas internacionalistas!
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La debilidad de la tasa de ganancia y del crecimiento capitalista mundial, la intensificación de las rivalidades interimperialistas y del militarismo, llevan a cada burguesía, tanto en los países imperialistas como en los países dominados, a endurecer sus ataques contra la clase obrera, contra todas las conquistas sociales, contra los servicios públicos y contra la mayoría de las capas pequeñoburguesas.
En todas partes, las clases dominantes refuerzan al mismo tiempo las tendencias nacionalistas y proteccionistas de sectores de la burguesía nacional, más o menos numerosos de un país a otro, víctimas de la competencia internacional. El consenso democrático y antirracista que fue la ideología dominante en los países imperialistas después de la Segunda Guerra Mundial se está desmoronando. El nacionalismo y el proteccionismo, la xenofobia y el racismo, el clericalismo y el fundamentalismo religioso, el machismo y la hostilidad frente a los derechos de la mujer, el odio a las minorías (religiosas, étnicas, sexuales), el conspiracionismo y el oscurantismo antivacunas… son las banderas de la reacción. Los partidos burgueses tradicionales se están volviendo cada vez más reaccionarios y se ven a su vez cuestionados por la aparición de partidos filo-fascistas o incluso fascistas, o alimentan corrientes fascistas en su interior, como el caso del Partido Republicano en los Estados Unidos.
Este ascenso de la reacción en todos los continentes puede adoptar e incluso combinar formas diferentes, pero siempre es el proletariado el que está en el punto de mira, y en primer lugar la fracción del proletariado más oprimida por ser extranjera, privada de derechos, a la que se designa como chivo expiatorio y sobre la que recae la peor parte. A la xenofobia, al racismo, al nacionalismo y al proteccionismo, oponemos la libertad total de movimiento y de establecimiento para todos los migrantes, la abolición de las fronteras, el internacionalismo proletario y la construcción del socialismo mundial. ¡Éste es el combate de los comunistas internacionalistas!
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Aunque hoy la mayoría de las burguesías no se han decidido a instaurar regímenes fascistas o militares como en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la España de Franco o, más cerca de nosotros, el Chile de Pinochet o la Argentina de Videla, el ascenso de la reacción es la tendencia más llamativa de nuestro período. El posible regreso de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, la presidencia de Milei en Argentina, el gran avance de las corrientes fascistoides o fascistas en la mayoría de los países europeos, el ascenso en Alemania de un partido racista que adopta los códigos nazis y la llegada al poder en Italia de un partido de origen fascista, todo ello se combina con regímenes bonapartistas, autocráticos, dictatoriales o semidictatoriales.
Rusia ha caído en un régimen autoritario. En China, la burguesía se resigna a un partido único, que pretende realizar un «socialismo a la china», invocando la conquista histórica de la independencia.
En la India se está construyendo un imperialismo bajo la égida del clericalismo y del nacionalismo hindú, que persigue a la minoría musulmana. En Irán, la burguesía, para protegerse de la revolución proletaria que estalló en 1978, puso su destino en manos del gobierno reaccionario islamista que desde entonces mantiene al país bajo una losa de plomo. En Turquía, el autócrata Erdogan continúa la tradición kemalista de oprimir a la minoría kurda. El genocidio ha golpeado a los rohingya en Birmania. Los pogromos han afectado a los musulmanes en la India, a los hindúes en Bangladesh, a los cristianos en Egipto… y a los inmigrantes en Grecia, Italia, Alemania, Turquía, Irlanda, Gran Bretaña…
El fortalecimiento de las tendencias reaccionarias está llevando en todas partes al cuestionamiento de una serie de derechos conquistados por las mujeres en ciertos países: el derecho al aborto, el derecho a estudiar, el derecho a trabajar, el derecho a vestirse libremente, etc. Mujeres como Meloni en Italia forman parte de esta regresión. La resistencia de las mujeres y la lucha por la igualdad son progresistas. Pero el movimiento de mujeres no puede quedar en manos del feminismo burgués y pequeñoburgués. El movimiento obrero debe hacer suyas las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras y tomar la iniciativa en el movimiento de liberación de las mujeres.
La lucha por todas las libertades democráticas, por la igualdad y en particular por los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales, los derechos de los trabajadores migrantes, los derechos de las minorías lingüísticas y religiosas y de los pueblos oprimidos es inseparable de la lucha por la revolución social, por el derrocamiento de las dictaduras mediante la movilización de la clase obrera y la instauración del poder obrero. Sólo un gobierno obrero que expropie al capital podrá satisfacer las inmensas necesidades de las masas y garantizar todas las libertades democráticas, incluida la libertad de las minorías nacionales de formar su propio estado si así lo desean. ¡Ésta es la lucha de los comunistas internacionalistas!
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El ascenso de la reacción en el mundo no es inevitable, sino el resultado de la capitulación de los partidos reformistas («laboristas», «socialdemócratas», «comunistas», etc.) ante su burguesía, de la capitulación de las burocracias sindicales ante las exigencias de su burguesía. Ha estado facilitado por la política de adaptación de las organizaciones centristas (nacidas del castrismo, del maoísmo o de la destrucción de la IV Internacional) a las fracciones «democráticas», «ecologistas» o «antiimperialistas» de la clase dominante, por su seguidismo respecto de los partidos obreros burgueses, por su capitulación ante las burocracias sindicales, por su adaptación a los aparatos del ecologismo y feminismo pequeñoburgueses, a los movimientos identitarios, al islamismo, etc.
Cuando llegan al poder, los partidos obreros burgueses forman gobiernos burgueses, ya sea solos o, más frecuentemente, en alianza con partidos burgueses. Estos gobiernos desesperan al proletariado y las capas pequeñoburguesas que los apoyaban. La mayoría de las veces, continúan los ataques a las conquistas sociales y las medidas contra los refugiados e inmigrantes. En la era del imperialismo, los trabajadores no tienen nada que esperar de las fracciones de la burguesía. Ninguna de ellas quiere romper con el capitalismo decadente. Los frentes únicos antiimperialistas, los frentes populares, las alianzas electorales o gubernamentales entre partidos obreros y sectores de la burguesía sólo conducen al mantenimiento de la dominación del capital.
Las combinaciones parlamentarias como las llamadas asambleas constituyentes sólo sirven como una pantalla tras la cual la reacción se prepara silenciosamente para tomar el poder, como sucedió en Egipto, Túnez y Chile.
Las burocracias sindicales aceptan sistemáticamente negociar los planes y contrarreformas de la burguesía, sabotean las movilizaciones multiplicando las jornadas de acción y luchan contra la autoorganización y la huelga general cuando es necesaria para ganar (Gran Bretaña y Francia en 2023, Argentina y Bangladesh en 2024). A veces incluso llegan a apoyar y financiar a los partidos de los explotadores con las cotizaciones obreras (Argentina, Estados Unidos, Canadá…).
Las organizaciones centristas (revolucionarias de palabra, reformistas de hecho) se adaptan más o menos profundamente al nacionalismo burgués y a las direcciones traidoras al movimiento obrero, yendo desde el apoyo a candidatos burgueses (O’Neill-McDonald, Renzi-Letta-Schlein, Chirac-Macron, Biden-Harris, Kirchner-Massa…), pasando por la adhesión a los frentes populares, hasta el seguidismo complaciente de las maniobras de las direcciones sindicales corruptas, de las que dependen en parte porque se integran con los burócratas en lugar de combatirlos. Todo esto es lo que lleva a la clase obrera de derrota en derrota, sabotea cualquier perspectiva obrera y empuja a capas de la pequeña burguesía e incluso del proletariado a los brazos de partidos fascistoides o fascistas.
Todos los partidos obreros burgueses que propugnan una alianza con sectores de la burguesía para combatir el ascenso de los partidos fascistoides o fascistas engañan a la clase obrera. Lo único que hacen es fortalecer a la burguesía, sembrar la confusión, impedir el frente único obrero y la movilización de la clase obrera en su propio terreno, que es la única manera de neutralizar o arrastrar a las clases intermedias y derrotar al fascismo.
Pedir al Estado burgués que prohíba los grupos o partidos fascistas es sembrar ilusiones al hacer creer a la clase obrera que la democracia burguesa puede detener el ascenso del fascismo. Es necesario crear ahora grupos de autodefensa obrera y servicios de seguridad para mantener a los grupos fascistas fuera de las calles. Necesitamos construir fracciones sindicales de lucha de clases e internacionalistas y partidos obreros revolucionarios. ¡Ésta es la lucha de los comunistas internacionalistas!
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A las guerras, las crisis económicas, el empobrecimiento y la destrucción de las conquistas sociales se suma la crisis climática, que ya se manifiesta con fuerza y que se agravará rápidamente como consecuencia directa de la anarquía de la producción capitalista, del despilfarro y de la carrera constante por el beneficio capitalista. Esta amenaza para el clima va acompañada de la contaminación que resulta directamente del modo de producción burgués, así como de innumerables ataques a la biodiversidad, etc.
Las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero están directamente relacionadas con el uso de combustibles fósiles -carbón, gas y petróleo- organizado por poderosas multinacionales que son los buques insignia de varios estados imperialistas o potencias regionales. Muchas regiones del mundo sufren hoy olas de calor devastadoras y sequías y/o inundaciones igualmente destructivas, de las que las poblaciones más pobres ya no pueden protegerse. El calentamiento global se está convirtiendo en una amenaza existencial para cientos de millones de personas, mientras una COP tras otra acumula esperanzas piadosas y resoluciones infructuosas.
Por su propia naturaleza, el sistema imperialista es incapaz de tomar las medidas necesarias para resolver la crisis climática y ambiental que él mismo genera. La transición energética, que se presenta como una solución para mantener el capitalismo, es a la vez un nuevo campo de batalla para las distintas burguesías por la apropiación y el control de los recursos necesarios, como las tierras raras. Esa supuesta transición es una nueva fuente de diversas formas de contaminación, impuestas la mayoría de las veces a los países dominados, para poner en el mercado productos «verdes». Por consiguiente, la defensa de la humanidad contra la destrucción del medio ambiente y el calentamiento global pasa necesariamente por la toma del poder por el proletariado, la expropiación del capital y la instauración de un modo de producción socialista determinado por la satisfacción de las necesidades humanas. ¡Ésta es la lucha de los comunistas internacionalistas!
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Una organización revolucionaria se juzga por su análisis y por las perspectivas que abre para la clase obrera frente a los grandes acontecimientos internacionales. La lucha de los comunistas internacionalistas en Palestina no tiene ambigüedades.
En Palestina, el Estado colonial israelí continúa su genocidio de más de dos millones de palestinos prisioneros en la Franja de Gaza. La colonización, los asesinatos y los encarcelamientos continúan en Cisjordania ocupada. Todas las potencias imperialistas piden ahora hipócritamente un alto el fuego. Pero Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia han aprobado la ofensiva militar israelí y siguen suministrando armas y municiones a Israel. No son ellos quienes detendrán la masacre. Sólo el proletariado puede organizar un boicot eficaz en las fábricas, puertos y aeropuertos a los suministros de armas y municiones esenciales para Netanyahu. Esto es lo que exigen los sindicatos palestinos.
Los gobiernos imperialistas y, tras ellos, los reformistas de todo tipo, afirman que la solución está en la creación de un Estado palestino junto al Estado de Israel. Pero son precisamente los Acuerdos de Oslo los que han llevado a la situación actual con por un lado, la OLP capitulando, reducida a servir de policía auxiliar de Israel en jirones de territorio y, por el otro lado, un estado sionista todopoderoso que intensifica la colonización. El sionismo implica opresión, expulsiones y violencia permanente contra los palestinos. No habrá paz en Palestina sin el desmantelamiento del estado sionista, sin una Palestina democrática, multiétnica, bilingüe, laica y socialista. ¡Por un gobierno obrero y campesino en Palestina! ¡Por una federación socialista de Oriente Medio! Ésta es la perspectiva para el proletariado palestino, y también para el proletariado judío, que debe romper con el sionismo. ¡Ésta es la lucha de los comunistas internacionalistas!
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En Ucrania, Rusia libra una guerra imperialista de invasión, pero no es todavía una guerra entre potencias imperialistas. Los Estados occidentales suministran armas a Ucrania, pero de momento se abstienen de intervenir directamente contra el ejército ruso. Ucrania tiene cada vez más dificultades para resistir la presión del ejército ruso. El gobierno de Zelenski libra una guerra con los métodos de la burguesía compradora, combinando la ideología chovinista, los negocios, los privilegios, las restricciones a las libertades democráticas y las presiones de todo tipo sobre el proletariado, subyugando y entregando el país a los intereses económicos y estratégicos del imperialismo estadounidense, alemán, británico y francés.
Como es un gobierno burgués, no puede apelar al proletariado ruso, al internacionalismo proletario, para poner fin a la guerra, sin ponerse en peligro y arriesgarse a una confraternización de los proletariados ruso y ucraniano. Esta política desmoraliza a las masas trabajadoras, que son la columna vertebral del frente, y sofoca el entusiasmo de los jóvenes por sumarse a la defensa. ¡Libertades democráticas, también para los soldados, derogación de la legislación antiobrera de Zelenski, reversión de las privatizaciones, bajo el control de los obreros y los campesinos pobres! ¡Entrenamiento militar, armamento de los obreros y gestión de la guerra bajo el control de las organizaciones obreras y campesinas! ¡Respeto a las minorías rusa, tártara, bielorrusa, moldava, gitana, judía, húngara y rumana en Ucrania y en todos los estados de la región! ¡Retirada de las tropas rusas de Ucrania! ¡Retirada de las tropas estadounidenses, británicas, francesas, españolas e italianas de Europa Central! ¡Disolución de la OTAN! ¡Esta es la lucha de los comunistas internacionalistas!
Por parte de Rusia, Putin ha establecido una economía de guerra con un aumento del 70% del gasto militar hasta 2024, en detrimento de la población trabajadora. Además, está intensificando la represión. El proletariado ruso no tiene ningún interés en enfrentarse a su vecino ucraniano. Puede detener la guerra imperialista que la burguesía rusa está librando en Ucrania. Pero le falta una organización revolucionaria que recupere el Partido Bolchevique de 1917 y dirija la lucha contra Putin. ¡Abolición de los privilegios de la Iglesia Ortodoxa belicista, levantamiento de la prohibición de Memorial, liberación de todos los opositores a la guerra encarcelados, libertades democráticas! ¡Ésta es la lucha de los comunistas internacionalistas! ¡Retirada de las tropas rusas, devolución de los territorios conquistados a Ucrania, disolución de la OTSC! ¡Soldados en el frente, apunten sus armas contra sus generales, impongan un cese inmediato de las hostilidades! ¡Ésta es la lucha de los comunistas internacionalistas!
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La tenaz resistencia palestina, el irredentismo kurdo, la incapacidad del ejército ruso para conquistar Ucrania; las últimas revueltas en Birmania, Sri Lanka y Bangladesh; las revueltas contra el asesinato de negros en Estados Unidos, contra los pogromos en Gran Bretaña, en defensa de los refugiados en Italia y Alemania; las huelgas obreras en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, India, Indonesia, Corea, etc.; las movilizaciones de los últimos años de las mujeres trabajadoras en Argentina, Polonia, España, Irán y los Estados Unidos; las revueltas obreras contra la prolongación del confinamiento burocrático durante el covid en China en 2022, la movilización por las libertades en Cuba; el apoyo internacional al pueblo palestino… todo demuestra que las masas contraatacan, que defienden sus derechos. El problema que no se ha resuelto desde la traición de la Segunda Internacional y la degeneración de la Internacional Comunista es el de su dirección. Sin un partido mundial de la revolución socialista, la clase obrera no puede dirigir a las masas explotadas y oprimidas. Por eso el proletariado sigue siendo víctima de las traiciones de los agentes de la burguesía.
Es posible acabar con este sistema podrido si, por encima de las fronteras, la vanguardia de los trabajadores se une en una internacional obrera revolucionaria. En cada estado, la internacional ayudará a construir un partido de tipo bolchevique para expropiar al gran capital y destruir el estado burgués. Los mejores elementos del movimiento obrero mundial y las luchas de los oprimidos deben unirse sin demora para este propósito, sobre la base del socialismo científico establecido por Marx y Engels, el programa de la IC en tiempos de Lenin y la Cuarta Internacional en tiempos de Trotsky.
Entonces la clase obrera, guiada por la Internacional, podrá ponerse a la cabeza de las luchas contra la explotación y la opresión, por las libertades democráticas y el laicismo, por los derechos de las naciones oprimidas, por la igualdad de la mujer y contra la crisis ecológica. Entonces la clase obrera podrá formar sus consejos y armarse, expropiar las grandes empresas y destruir el Estado burgués, y establecer un gobierno obrero basado en los consejos. La dictadura del proletariado allanará el camino hacia un socialismo-comunismo mundial sin estado, un modo de producción basado en la igualdad y la solidaridad, donde los trabajadores y trabajadoras gestionarán conscientemente los recursos, la producción y la distribución en beneficio de la humanidad presente y futura. ¡Únete a la lucha de los comunistas internacionalistas!