Las mujeres trabajadoras y estudiantes de Irán están a la vanguardia de la lucha contra el régimen misógino de los ayatolás. Las mujeres estudiantes y trabajadoras de Afganistán resisten al régimen oscurantista de los talibanes. Las mujeres kurdas luchan con las armas en la mano contra las bandas islamofascistas del EI y el ejército turco enviado por el gobierno islamista y sus partidarios sirios de Al Qaeda. En Polonia y Estados Unidos, las mujeres luchan por el derecho al aborto, cuyas restricciones afectan especialmente a las mujeres desempleadas, a las obreras y a las asalariadas. En todas partes, las mujeres trabajadoras participan en luchas colectivas por los salarios, contra la precariedad laboral, por la reducción de la jornada laboral, el derecho a la jubilación…
El patriarcado es un legado de las sociedades precapitalistas que está siendo socavado por la difusión mundial del trabajo asalariado. Pero el capital se beneficia del trabajo gratuito (tareas domésticas, cuidado de niños y personas dependientes…) prestado en el hogar, especialmente por las mujeres. El trabajo doméstico contribuye en gran medida a la reproducción de la fuerza de trabajo de los productores y productoras. Además, al igual que el chovinismo y el racismo, el machismo puede servir al capital: divide a la clase obrera, desvía la ira hacia un chivo expiatorio débil en lugar de hacia el poder de los explotadores.
Por eso, en pleno siglo XXI, mientras es muy difícil encontrar territorios donde no llegue Internet, siguen existiendo desigualdades jurídicas en relación con los hombres, limitaciones en la educación, la movilidad y el vestido de las mujeres, mutilaciones genitales, prohibición de la contracepción o del aborto. Por la misma razón, mientras el capitalismo amenaza al planeta, generando crisis tras crisis económica, multiplicando las guerras, por todas partes, las fuerzas reaccionarias (partidos fascistas, curas de todas las religiones…) ponen en entredicho las conquistas conseguidas por las mujeres durante más de siglo y medio de luchas apoyadas por el movimiento obrero.
La decadencia capitalista ha creado incluso un mercado estructurado (¡legal!) de fabricación, venta y compra de niños, de modo que en los países que lo permiten -como Estados Unidos, México, Rusia o Ucrania- hay empresas capitalistas que dirigen «granjas» de mujeres pobres que dan a luz a niños para familias ricas que lo demandan.
El feminismo burgués y pequeñoburgués predica la unidad de todas las mujeres contra todos los hombres, ignorando las diferencias de clase. Un ala converge con la reacción clerical en materia de censura. Condena la prostitución sin ver sus raíces económicas y sociales, y no lucha por abolir las condiciones que la originan. Como si nuestras vidas fueran ajenas a las clases sociales que componen la sociedad, y como si las mujeres trabajadoras no tuviéramos intereses opuestos a los de las mujeres burguesas que obtienen sus ingresos de la explotación de los trabajadores del campo o de las ciudades y que son atendidas por empleadas domésticas (en su mayoría mujeres).
Que las mujeres sigan siendo minoría en los puestos jerárquicos, especialmente en la cúpula de los grupos capitalistas y sus Estados, es un signo de opresión específica. Pero el género de los accionistas y de los jefes no cambia el destino de la mayoría de las mujeres. Mary Barra (Directora General de GM), Carol Tomé (Directora General de UPS), Lisa Su (Directora General de AMD), Joey Wat (Director General de Yum China), Marta Ortega (Presidenta de Inditex), Gülsüm Azeri (Directora General de la filial turca de OMV), Catherine MacGregor (Directora General de Engie), Gerda Holzinger-Burgstaller (Directora General de Erste Bank)… nos explotan tanto como los hombres directivos.
Del mismo modo, el sexo de los líderes políticos no cambia el destino de la mayoría de las mujeres. Líderes de partidos xenófobos como Le Pen (FN Francia), jefes de Estado burgueses como Draupadi Murmu (Presidenta de la India) o como Margarita de Oldemburgo (Reina de Dinamarca), miembros de gobiernos burgueses como Yolanda Díaz Pérez (Ministra de Trabajo en España), Ursula von der Leyen (Presidenta de la Comisión Europea), Kamala Harris (Vicepresidente de Estados Unidos), Elisabeth Borne (Primera Ministra de Francia), Giorgia Meloni (Presidenta del Consejo en Italia), Sheikh Hasina (Primera Ministra de Bangladesh)… hacen lo mismo que sus homólogos masculinos.
El socialismo reaccionario (incluido Proudhon) sostenía que el lugar de la mujer estaba en el hogar y se oponía a su derecho al voto. La burocracia sindical se oponía al trabajo de las mujeres. Hoy en día, los reformistas se adaptan al feminismo burgués y pequeñoburgués y, en general, adoptan la «política de identidad» del Partido Demócrata estadounidense, es decir, separar a los distintos oprimidos, aislándolos de la clase obrera. Su «interseccionalidad» se reduce de hecho a llamar a votar por ellos y a confiar en el Estado burgués. Como resultado, la política identitaria y la interseccionalidad debilitan todas las luchas.
Por otra parte, el comunismo revolucionario (Marx, Engels, Dmitrieff, Bebel, Zetkin, Lenin, Kollontai…) siempre se ha pronunciado a favor de la igualdad total y en contra de la doble explotación (como trabajadora rural o urbana, como proveedora de la mayor parte del trabajo doméstico).
Toda resistencia de los oprimidos está justificada, pero las grandes luchas sociales (años 70 en todo el mundo) y las revoluciones proletarias (Comuna de París, 1871; revolución rusa, 1917; revolución española, 1936; revolución china, 1949…) han hecho avanzar más la causa de las mujeres que las bombas de las sufragistas. Porque sólo acabaremos de una vez por todas con nuestra opresión y explotación liderando la lucha de clases contra el capital, luchando por una sociedad cuyos fundamentos económicos no sean el beneficio de unos pocos propietarios de los medios de producción y la explotación de una clase por otra.
Igualdad jurídica plena para las mujeres en todos los países.
Reparto del trabajo entre todas y todos, mediante la reducción del tiempo de trabajo sin reducción salarial, hasta eliminar el desempleo. Fin del empleo precario. Plena igualdad salarial entre hombres y mujeres.
Recuperación automática del poder adquisitivo perdido por la inflación. Salarios, prestaciones sociales y pensiones que permitan a todas las trabajadoras y trabajadores vivir decentemente.
Para los trabajadores y trabajadoras, servicios públicos suficientes, gratuitos y de calidad que garanticen los desplazamientos, el cuidado de los niños, de los enfermos y de las personas dependientes.
Vivienda digna para todas las trabajadoras y trabajadores.
Eliminación inmediata de toda religión en las escuelas. Sistema escolar único, público, laico, gratuito y mixto. Educación sexual científica basada en el amor, la libertad sexual y el consentimiento de la pareja, independientemente de su orientación.
Abolición de toda financiación directa o indirecta de las diferentes religiones.
Prohibición de la mutilación genital. Anticoncepción y aborto gratuitos proporcionados por el sistema sanitario público. Sistema sanitario universal, gratuito y laico. Consideración y tratamiento médico adecuado de las patologías y enfermedades específicamente femeninas. Protección periódica gratuita.
Prohibición y penalización del proxenetismo. Prohibición de la maternidad subrogada.
Libertad para que las trabajadoras y los trabajadores, refugiados y jóvenes en formación crucen las fronteras libremente y con seguridad.
Fin de la justicia sexista y de los linchamientos mediáticos de todo tipo. Purga de todos los jueces reaccionarios. Por un auténtico sistema judicial democrático y no sexista en el que los jueces puedan ser elegidos y destituidos por los consejos de trabajadoras y trabajadores. Por la autodefensa de las mujeres contra la violencia de género.
Por un gobierno de trabajadoras y trabajadores hacia una sociedad sin clases, sin explotación, sin opresión. Por el socialismo internacional.
Colectivo Revolución Permanente
(Austria, Estado Español, Francia, Turquía)
El patriarcado es un legado de las sociedades precapitalistas que está siendo socavado por la difusión mundial del trabajo asalariado. Pero el capital se beneficia del trabajo gratuito (tareas domésticas, cuidado de niños y personas dependientes…) prestado en el hogar, especialmente por las mujeres. El trabajo doméstico contribuye en gran medida a la reproducción de la fuerza de trabajo de los productores y productoras. Además, al igual que el chovinismo y el racismo, el machismo puede servir al capital: divide a la clase obrera, desvía la ira hacia un chivo expiatorio débil en lugar de hacia el poder de los explotadores.
Por eso, en pleno siglo XXI, mientras es muy difícil encontrar territorios donde no llegue Internet, siguen existiendo desigualdades jurídicas en relación con los hombres, limitaciones en la educación, la movilidad y el vestido de las mujeres, mutilaciones genitales, prohibición de la contracepción o del aborto. Por la misma razón, mientras el capitalismo amenaza al planeta, generando crisis tras crisis económica, multiplicando las guerras, por todas partes, las fuerzas reaccionarias (partidos fascistas, curas de todas las religiones…) ponen en entredicho las conquistas conseguidas por las mujeres durante más de siglo y medio de luchas apoyadas por el movimiento obrero.
La decadencia capitalista ha creado incluso un mercado estructurado (¡legal!) de fabricación, venta y compra de niños, de modo que en los países que lo permiten -como Estados Unidos, México, Rusia o Ucrania- hay empresas capitalistas que dirigen «granjas» de mujeres pobres que dan a luz a niños para familias ricas que lo demandan.
El feminismo burgués y pequeñoburgués predica la unidad de todas las mujeres contra todos los hombres, ignorando las diferencias de clase. Un ala converge con la reacción clerical en materia de censura. Condena la prostitución sin ver sus raíces económicas y sociales, y no lucha por abolir las condiciones que la originan. Como si nuestras vidas fueran ajenas a las clases sociales que componen la sociedad, y como si las mujeres trabajadoras no tuviéramos intereses opuestos a los de las mujeres burguesas que obtienen sus ingresos de la explotación de los trabajadores del campo o de las ciudades y que son atendidas por empleadas domésticas (en su mayoría mujeres).
Que las mujeres sigan siendo minoría en los puestos jerárquicos, especialmente en la cúpula de los grupos capitalistas y sus Estados, es un signo de opresión específica. Pero el género de los accionistas y de los jefes no cambia el destino de la mayoría de las mujeres. Mary Barra (Directora General de GM), Carol Tomé (Directora General de UPS), Lisa Su (Directora General de AMD), Joey Wat (Director General de Yum China), Marta Ortega (Presidenta de Inditex), Gülsüm Azeri (Directora General de la filial turca de OMV), Catherine MacGregor (Directora General de Engie), Gerda Holzinger-Burgstaller (Directora General de Erste Bank)… nos explotan tanto como los hombres directivos.
Del mismo modo, el sexo de los líderes políticos no cambia el destino de la mayoría de las mujeres. Líderes de partidos xenófobos como Le Pen (FN Francia), jefes de Estado burgueses como Draupadi Murmu (Presidenta de la India) o como Margarita de Oldemburgo (Reina de Dinamarca), miembros de gobiernos burgueses como Yolanda Díaz Pérez (Ministra de Trabajo en España), Ursula von der Leyen (Presidenta de la Comisión Europea), Kamala Harris (Vicepresidente de Estados Unidos), Elisabeth Borne (Primera Ministra de Francia), Giorgia Meloni (Presidenta del Consejo en Italia), Sheikh Hasina (Primera Ministra de Bangladesh)… hacen lo mismo que sus homólogos masculinos.
El socialismo reaccionario (incluido Proudhon) sostenía que el lugar de la mujer estaba en el hogar y se oponía a su derecho al voto. La burocracia sindical se oponía al trabajo de las mujeres. Hoy en día, los reformistas se adaptan al feminismo burgués y pequeñoburgués y, en general, adoptan la «política de identidad» del Partido Demócrata estadounidense, es decir, separar a los distintos oprimidos, aislándolos de la clase obrera. Su «interseccionalidad» se reduce de hecho a llamar a votar por ellos y a confiar en el Estado burgués. Como resultado, la política identitaria y la interseccionalidad debilitan todas las luchas.
Por otra parte, el comunismo revolucionario (Marx, Engels, Dmitrieff, Bebel, Zetkin, Lenin, Kollontai…) siempre se ha pronunciado a favor de la igualdad total y en contra de la doble explotación (como trabajadora rural o urbana, como proveedora de la mayor parte del trabajo doméstico).
Toda resistencia de los oprimidos está justificada, pero las grandes luchas sociales (años 70 en todo el mundo) y las revoluciones proletarias (Comuna de París, 1871; revolución rusa, 1917; revolución española, 1936; revolución china, 1949…) han hecho avanzar más la causa de las mujeres que las bombas de las sufragistas. Porque sólo acabaremos de una vez por todas con nuestra opresión y explotación liderando la lucha de clases contra el capital, luchando por una sociedad cuyos fundamentos económicos no sean el beneficio de unos pocos propietarios de los medios de producción y la explotación de una clase por otra.
Igualdad jurídica plena para las mujeres en todos los países.
Reparto del trabajo entre todas y todos, mediante la reducción del tiempo de trabajo sin reducción salarial, hasta eliminar el desempleo. Fin del empleo precario. Plena igualdad salarial entre hombres y mujeres.
Recuperación automática del poder adquisitivo perdido por la inflación. Salarios, prestaciones sociales y pensiones que permitan a todas las trabajadoras y trabajadores vivir decentemente.
Para los trabajadores y trabajadoras, servicios públicos suficientes, gratuitos y de calidad que garanticen los desplazamientos, el cuidado de los niños, de los enfermos y de las personas dependientes.
Vivienda digna para todas las trabajadoras y trabajadores.
Eliminación inmediata de toda religión en las escuelas. Sistema escolar único, público, laico, gratuito y mixto. Educación sexual científica basada en el amor, la libertad sexual y el consentimiento de la pareja, independientemente de su orientación.
Abolición de toda financiación directa o indirecta de las diferentes religiones.
Prohibición de la mutilación genital. Anticoncepción y aborto gratuitos proporcionados por el sistema sanitario público. Sistema sanitario universal, gratuito y laico. Consideración y tratamiento médico adecuado de las patologías y enfermedades específicamente femeninas. Protección periódica gratuita.
Prohibición y penalización del proxenetismo. Prohibición de la maternidad subrogada.
Libertad para que las trabajadoras y los trabajadores, refugiados y jóvenes en formación crucen las fronteras libremente y con seguridad.
Fin de la justicia sexista y de los linchamientos mediáticos de todo tipo. Purga de todos los jueces reaccionarios. Por un auténtico sistema judicial democrático y no sexista en el que los jueces puedan ser elegidos y destituidos por los consejos de trabajadoras y trabajadores. Por la autodefensa de las mujeres contra la violencia de género.
Por un gobierno de trabajadoras y trabajadores hacia una sociedad sin clases, sin explotación, sin opresión. Por el socialismo internacional.
Colectivo Revolución Permanente
(Austria, Estado Español, Francia, Turquía)