La misma potencia imperialista mundial que pretende dar lecciones armadas de «democracia» burguesa por todo el mundo vio cómo un presidente en funciones se negaba a ceder el paso a su rival vencedor en las elecciones y cómo miles de fascistas invadían la sede del poder legislativo respondiendo a su convocatoria. Todo lo que ha pasado viene preparándose desde la aparición del Tea Party en 2008, un movimiento fanático y xenófobo que ya estaba teniendo un gran impacto en el Partido Republicano. Un movimiento que ha ido acompañado del aumento de los ataques a los centros sanitarios donde se realizan abortos y de la creación de milicias racistas contra los inmigrantes en las fronteras.
Trump tal vez es un narcisista psicótico, un sociópata y un mentiroso. No importa lo que sea. El multimillonario y presentador de realities se convirtió en presidente del Estado más poderoso del mundo en 2016 porque su retórica movilizó, además del electorado tradicional del Partido Republicano, a las capas sociales que se veían a sí mismas como perdedoras de la última década (deuda inmobiliaria, crack bancario…) desviando su ira contra el Partido Demócrata, los inmigrantes y China. El eslogan de Trump “Make America great again” (Que América vuelva a ser grande) expresaba la nostalgia por una época en la que el imperialismo estadounidense reinaba sin oposición sobre el mundo capitalista. El bonaparte logró unir en apoyo a su campaña electoral de 2016 al aparato del Partido Republicano, a una parte de los capitalistas, a los trabajadores independientes, a los cuadros intermedios, a los seguidores de las webs conspiranoicas y de manera más marginal a obreros desesperados. Obtuvo unos resultados mucho mayores entre los votantes con ingresos superiores a la media de la población estadounidense y que temían perder sus privilegios. Este estrato era predominantemente blanco, de más de 45 años y masculino; entre las mujeres, Trump ya estaba en minoría.
Un sistema electoral históricamente obsoleto, anti-democrático según los estándares de la democracia burguesa, había permitido a Trump derrotar en la votación indirecta a la candidata del Partido Demócrata (PD), Hilary Clinton, que había obtenido más votos.
En el plano económico, además de enfrentarse a viejos rivales (Japón, Alemania…), es sobre todo el joven y dinámico imperialismo chino el que desafía a Estados Unidos; la guerra comercial liderada por Trump no fue más que la continuación de una estrategia agresiva contra el peligroso competidor que Barack Obama ya había iniciado.
Al mismo tiempo, las relaciones con los principales aliados imperialistas de la UE se han vuelto cada vez más tensas. El imperialismo francés persigue sus propios objetivos en África y no está dispuesto a convertirse en un aliado complaciente en la agresión estadounidense; lo mismo ocurre con el capital alemán que, por razones económicas y geopolíticas, no quiere provocar un conflicto con el joven imperialismo ruso. En Oriente Medio, incluso las potencias regionales (Irán, Turquía) lo desafían aprovechando sus fracasos en Afganistán e Irak .
El declive internacional y las decisiones de los grandes grupos capitalistas americanos han desindustrializado el país, los centros comerciales y luego las redes de venta por internet han arruinado el pequeño comercio. La crisis capitalista mundial de 2008 sacudió la confianza de los ahorradores en el sistema bancario y en los organismos estatales de supervisión. La recuperación económica de 2010 no la restauró. En consecuencia, las acusaciones de Trump contra las «élites de Washington» cayeron en un terreno amplio y fértil.
Debido a la degeneración de la Internacional Comunista y del CPUSA en los años 30, a la degeneración de la Cuarta Internacional y del SWP en los años 60, hace tiempo que no existe ninguna organización obrera revolucionaria de ámbito nacional capaz de ponerse al frente de las luchas (y presentar candidatos a las elecciones).
En 1934, la burocracia de la URSS empujó a los partidos comunistas de los países imperialistas a hundirse en el nacionalismo y los frentes populares. Desde entonces, el Partido Comunista de América (CPUSA) ha apoyado al Partido Demócrata y ha llevado a cabo una «política de identidad», añadiendo movimientos que quedan en manos de su dirección pequeñoburguesa y burguesa. En los años 30, era la trilogía de la raza, el género y la clase, las tres puestas al mismo nivel; desde los años 70, la lista no ha dejado de crecer.
El Partido Socialista de los Trabajadores (SWP), desde el momento en que se alineó con Castro (1961-1963), siguió el camino reformista trazado por el CPUSA. Al igual que el CPUSA, el SWP y su organización juvenil YSA dirigieron el movimiento contra la guerra de Vietnam (NPAC) de manera que pudiera incluir un ala del Partido Demócrata. El SWP se adhirió al feminismo burgués y capituló ante el nacionalismo negro, mientras se distanciaba cuidadosamente del movimiento nacido en los guetos que preconizaba la autodefensa (Partido de las Panteras Negras -BPP).
La ausencia de un partido obrero de masas tiene un efecto devastador en la conciencia de clase de los trabajadores estadounidenses. Se están convirtiendo en objeto de las maniobras de los principales partidos capitalistas, el Partido Republicano y el Partido Demócrata, que se reparten el poder político desde hace décadas.
Con 85.000 miembros, los DSA (Democratic Socialists of America) son la fuerza política más poderosa del movimiento obrero. Su crecimiento llevó a la disolución en 2009 de la mayor organización que se reclamaba de Lenin y Trotsky (ISO). A diferencia de sus rivales del Partido Socialista (SPUSA), los DSA sirven de hoja de parra de izquierdas para el Partido Demócrata.
Nuestro objetivo final es formar un partido obrero independiente, pero por el momento, esto no excluye que algunos candidatos respaldados por el DSA se presenten tácticamente bajo la etiqueta del Partido Demócrata. (Conferencia DSA, Resolución 31, agosto 2019)
En las primarias del Partido Demócrata, los DSA apoyaron a Sanders, cuya retórica social atrajo a jóvenes, negros e hispanos al PD a través de los «comités de apoyo» que aquellos animaban. Después de que Biden fuera nominado como candidato del PD, la burocracia de los DSA (los elegidos bajo la etiqueta del PD y el personal permanente) , al igual que la revista que controla (Jacobin), emitió una declaración en la que llamaba a movilizarse a favor del candidato demócrata.
Una derrota de Trump sería inequívocamente mejor para la clase trabajadora y para nuestro movimiento que su victoria… Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para asegurar la derrota de Trump, uniéndonos a otras organizaciones de izquierda, de la gente de color, de los que se organizan por la justicia racial y económica. Nosotros, miembros de los DSA abajo firmantes, nos comprometemos a dar nuestro tiempo para la propaganda electrónica y puerta a puerta, y a organizarnos de todas las maneras posibles para derrotar a Trump durante las próximas cuatro semanas. (Miembros de los DSA organizándose contra Trump, 10 de octubre)
Esta trampa es reforzada por las burocracias que dirigen la confederaciones sindicales (AFL-CIO, CtW), por la mayoría de las organizaciones de los oprimidos (negros, latinos, mujeres…), por los restos del estalinismo (PCUS, PCR…) que apoyan sistemáticamente a los candidatos del PD y hacen creer que empujar al partido imperialista hacia la izquierda. SAlt, la mayor organización que se referencia de Lenin y Trotsky, completó su traición llamando a votar, igual que el SPUSA, al candidato del Partido Verde, cuya organización hermana gobierna la Austria capitalista junto al Partido Cristiano-demócrata.
Las detenciones del FBI muestran que las tres profesiones más representadas son los propietarios de pequeñas empresas (10 de 107), los policías (5) y los agentes inmobiliarios (3). Las imágenes de desclasados y de pequeños empresarios fanáticos de Trump antes y durante su mandato no deben ocultar que éste contaba con el apoyo de ciertos sectores del capitalismo estadounidense, incluida la principal patronal (NAM), hasta las elecciones de finales de 2020. Un vistazo a los principales donantes de su campaña de 2020 revela una mezcla de grupos de inversión como Blackstone, conglomerados petroleros y ferroviarios, gigantes inmobiliarios y cadenas minoristas. Una importante cadena de televisión (Fox) y el principal periódico económico (Financial Times) también le apoyaron. Estos estratos de la burguesía estadounidense pueden acomodar fácilmente el hecho de que su agente en la Casa Blanca sea «un poco excéntrico» siempre que se mantenga en el terreno de la burguesía estadounidense y no precipite al país en una aventura fascista para la que la burguesía no está preparada.
La competición de Trump y Biden en las elecciones de 2020 se ha desarrollado poco bajo el ángulo de plataformas políticas y promesas electorales. En realidad ha enfrentado artificialmente a una parte del pueblo (del campo y las ciudades pequeñas) con otra (de las metrópolis).
Las pequeñas y medianas empresas se han visto especialmente afectadas por la crisis económica y sanitaria. En el sector de los servicios, donde trabaja casi el 80% de los asalariados, la crisis ha golpeado con fuerza. Desde el comienzo de la pandemia, ha habido y sigue habiendo movimientos de huelga crecientes, pero fragmentados, en Estados Unidos. Inicialmente, se dirigían contra los riesgos para la salud en el lugar de trabajo. Evidentemente, se trata de huelguistas del sector sanitario, de la logística, pero también de la gran industria. Luego vinieron las huelgas y las protestas contra los despidos y los cierres de fábricas: en marzo de 2020, antes de que estallara la pandemia, la tasa de desempleo era del 3,9% y se disparó al 14,7% en abril. En noviembre, el mes de las elecciones en Estados Unidos, la tasa de desempleo había bajado al 6,7%.
La ausencia de una alternativa socialista a todos los partidos burgueses (Partido Verde, Partido Libertario, PR, PD) permitió que la campaña electoral acabara con las grandes manifestaciones contra la violencia policial y condujo a una polarización que no dejó espacio significativo para la expresión de la clase obrera.
En todo el mundo, la covid-19 ha demostrado que el capitalismo decadente es incapaz de luchar eficazmente contra una epidemia masiva, incluso en el país más rico. Mientras la protección de la salud de los trabajadores esté subordinada a los beneficios de las corporaciones capitalistas, mientras la industria farmacéutica esté en manos de grandes grupos privados, es imposible encontrar formas eficaces de contener y derrotar el virus sars-cov-2. En Estados Unidos, 340 000 personas murieron de esta enfermedad en 2020, con casi 70 000 muertes solo en diciembre de ese año. Se esperan 115.000 muertes en enero.
La ignorancia de la administración Trump sobre los peligros de la pandemia fue una expresión de la ideología maltusiana de los defensores hiperliberales del capitalismo desenfrenado y de los cristianos fundamentalistas. Trump pertenecía a esa parte de la burguesía estadounidense que veía con buenos ojos e incluso exigía masivamente la intervención del Estado en el fortalecimiento de los grupos capitalistas y sus posiciones en el mercado mundial. En cambio, a nivel interno, clamaban contra el «socialismo» o el «comunismo», cuando se trataba del bienestar social, la educación pública o los impuestos sobre la renta.
El estallido de protestas masivas, que abarcaron todas las etnias, tras el asesinato de George Floyd el 25 de mayo de 2020, incluso mientras se desarrollaba la pandemia, mostró las fracturas de la sociedad estadounidense, que no escapa a la lucha de clases.
Pero la dirección de las manifestaciones se dividió entre el anarquismo pequeñoburgués y la «política identitaria». Los «antifas» se centraron en la confrontación con la policía al margen de la clase obrera. La organización BLM se dirige únicamente a los «negros» y se opone a cualquier relación con los explotados y otros oprimidos, incluidos los nativos americanos y los hispanos. De esa manera, por un lado el movimiento ha podido ser utilizado como herramienta electoral del PD, y por el otro, ha sido utilizado por el PR como espantajo para su electorado blanco reaccionario.
En este terreno, a la sombra de Trump, el movimiento fascista se afirmó. Las milicias supremacistas blancas y otros Proud Boys salieron a la calle armados, hicieron de policía auxiliar contra los manifestantes e intentaron aterrorizar a la gente de color y a los militantes obreros.
Este movimiento rechaza no sólo al Partido Demócrata, también el parlamentarismo, los compromisos entre los políticos del PR y del PD, el antirracismo oficial, la igualdad de las mujeres, la tolerancia hacia los homosexuales, los medios de comunicación dominantes, los inmigrantes… Todo ello se opondría a una «voluntad del pueblo» patriótica americana. Las medidas contra la pandemia han sido desestimadas como una pérfida conspiración para someter y domesticar al pueblo americano libre.
En este contexto, no es de extrañar que las advertencias de Trump y luego las acusaciones de supuesto fraude electoral en las elecciones presidenciales hayan encontrado eco. A lo largo de la campaña, Trump se había presentado como el defensor de la ley y el orden, intensificando la represión durante las manifestaciones contra el terror policial con el uso de la policía federal y la Guardia Nacional, y expresando su simpatía por las bandas fascistas.
La conspiración en Michigan para secuestrar y asesinar a la gobernadora Gretchen Whitmer (PD) en octubre de 2020 fue una seria advertencia sobre el camino que algunos partidarios fascistas armados de Trump estaban dispuestos a tomar. Trump utilizó a los fascistas para presionar a las instituciones parlamentarias, pero los fascistas tienen su propia agenda: derrocarlas, restaurar el patriarcado y limpiar étnicamente el país. En la mañana del día en que debían aprobarse los votos del Colegio Electoral en el Capitolio, Trump se dirigió a una multitud de varios miles de personas y volvió a decir que quería «entregarles las elecciones», el preludio de la manifestación que luego provocó el tumulto fuera y en el Capitolio. Los supremacistas blancos, los nazis, la Alt Right y los adictos a QAnon llevaban semanas movilizándose para el 6 de enero. El asalto al Congreso (donde la Cámara de Representantes y el Senado se reunían para ratificar la elección de Biden) no ha sido, pues, una sorpresa.
El Tea Party y luego el multimillonario corrupto lograron canalizar el descontento de la base popular del Partido Republicano «contra las élites de Washington» y los inmigrantes, pero hoy,
El Tea Party y luego el multimillonario corrupto lograron canalizar el descontento de la base popular del Partido Republicano «contra las élites de Washington» y los inmigrantes, pero hoy, un partido sólo espera que Trump mande a paseo a toda la gente bien y decida crear el partido de los «verdaderos patriotas». Pero Trump no ha dado este paso, o no lo ha dado todavía. El paso de crear un nuevo partido que constituiría la columna vertebral de un partido fascista indispensable para preparar un golpe de Estado.
Por qué Trump no dio ese paso? ¿Por qué, por el contrario, aunque de boquilla, pidió finalmente a sus partidarios que volvieran a casa, condenó la violencia en el Capitolio y aseguró que la transición a Biden se haría de forma ordenada? Porque lo esencial de la burguesía norteamericana, sus propietarios y directivos de grupos industriales, comerciales y bancarios, así como el estado mayor de su ejército, los jefes de los servicios secretos y la policía federal, rechazan la aventura del fascismo en la situación actual porque no se ven obligados a ella. El propio Trump pensó que podía conseguir sus fines a través de las elecciones para llevar a cabo una política cada vez más nacionalista y bonapartista.
El golpe de fuerza no podía tener éxito. Trump, que había prometido unirse a ellos, dejó a los manifestantes sin perspectiva y los fascistas no supieron qué hacer con el Capitolio. Las comisarías y los cuarteles no se levantaron. No había planes para tomar el control de las áreas de infraestructura clave, como los centros de telecomunicaciones, los servidores informáticos, las estaciones de tren, los aeródromos, etc.
Sin embargo, como muestran los vídeos, los agentes de policía del Capitolio hicieron señas a los atacantes para que entraran y les indicaron el camino. Durante las manifestaciones antipoliciales y antirracistas en Washington, D.C., un denso cordón policial había acordonado el Capitolio, la Guardia Nacional estaba en estado de alerta y se utilizaron gases lacrimógenos, porras y balas de goma para hacer retroceder brutalmente a los manifestantes que ni siquiera habían llegado a la fachada del edificio.
Es evidente que una mayoría de la burguesía estadounidense y sus representantes políticos no están dispuestos a romper completamente con las tradiciones de la «democracia americana». El sistema de democracia presidencial contiene suficientes elementos bonapartistas para hacer frente a las crisis en política interior y exterior. Incluso los otrora senadores y representantes trumpistas deben ahora distanciarse si no quieren arriesgarse a ser juzgados en los próximos años por su posición ante el desacreditado tirano. Un ejemplo es el vicepresidente Mike Pence, que sirvió a Trump hasta casi la proclamación del resultado. El 6 de enero se plegó a las normas e instituciones del Estado. Al hacerlo, puede que ya se haya posicionado como posible candidato del PR para las próximas elecciones presidenciales.
Incluso si, cuando finalmente se produjo la votación en el Capitolio, 8 senadores y 139 representantes del Partido Republicano votaron en contra de la nominación de Biden, la burguesía estadounidense no tiene que jugar hoy la peligrosa carta del fascismo, porque la clase obrera estadounidense sigue estando políticamente subordinada a ambos partidos burgueses. En esta etapa, rasgar el velo democrático que oculta la dictadura del gran capital, entregando el Estado a un aventurero, no estaba justificado.
Los Frentes Populares, por un lado, y el fascismo, por otro, son los últimos recursos políticos del imperialismo en la lucha contra la revolución proletaria. (León Trotsky, Programa de Transición, 1938)
Desde el momento de las elecciones, la elección de la burguesía estaba clara. La cadena de televisión Fox retiró su apoyo. Los tribunales de los estados y el Tribunal Supremo rechazaron todos los recursos del abogado Giuliani y del candidato derrotado. Poco antes de que el Capitolio fuera invadido, 10 ex ministros de Defensa, entre ellos Mattis y Esper, que habían servido a Trump, anunciaron públicamente que no era cuestión de involucrar a las fuerzas armadas en el intento de Trump (Washington Post, 3 de enero). Poco después del asalto al Capitolio y del recuento de los votos electorales, 170 representantes de grandes empresas estadounidenses exigieron el reconocimiento de los resultados electorales y, por tanto, la vuelta a la normalidad política. Entre los firmantes se encontraban Lee Ainslie, director de Maverick Capital; Simon Allen, director general de McGraw-Hill Education; Ajay Banga, presidente de Mastercard; Jonathan Gray, presidente de Blackstone; Adam Blumenthal, director de Blue Wolf Capital Partners ; Theodore Mathas, presidente y director general de New York Life Insurance; Albert Bourla, presidente y director general de Pfizer… Los principales financiadores del Partido Republicano han anunciado que recortarán las subvenciones a los senadores y otros políticos de alto nivel del PR que se obstinen. Entre ellos se encuentran Disney, WalMart, Amazon, Dow Chemical y Visa. Otras empresas han dicho que han dejado de pagar a todos los PAC (comités de acción política) republicanos independientemente de su posición en la campaña de Trump, entre ellas pesos pesados como Google, Microsoft y Coca-Cola.
La naturaleza del frente popular es subordinar las organizaciones obreras a uno o varios partidos burgueses que se presentan como progresistas, antifascistas o antiimperialistas, para salvar el Estado burgués y contrarrestar un ascenso revolucionario de las masas. Sanders, los DSA y el CPUSA, los dirigentes negros del NAACP o del BLM, los dirigentes sindicales de la AFL-CIO o de la CtW, están llevando a cabo una especie de frente popular a la inversa: echan a la clase obrera en brazos de un partido explotador que no la protege de nada.
Los dirigentes de las confederaciones sindicales están completamente subordinados al Partido Demócrata. Mientras que en algunos sindicatos (estibadores, trabajadores de hospitales), las secciones locales de lucha de clases tratan de movilizarse para defender las conquistas, los burócratas de la AFL-CIO traicionan abiertamente los intereses de los trabajadores en beneficio de la burguesía. Esto es lo que dijo el presidente de la AFL-CIO tras las elecciones presidenciales:
La democracia se impone. La victoria de Joe Biden y Kamala Harris en estas elecciones libres y justas es una victoria para el movimiento obrero estadounidense… Seamos claros: los votantes sindicalizados ganaron esta elección para Biden y Harris… La AFL-CIO está ahora preparada para ayudar al presidente y vicepresidente electos a implementar un primer programa largamente esperado para los trabajadores. (Richard Trumka, ¡Felicidades, Joe Biden!, 7 de noviembre)
El cálculo del aparato sindical es obvio: a su servicio, conseguimos que los trabajadores voten a Biden, al menos dennos unas migajas que podamos vender a nuestra base como un éxito.
Todas las burocracias sindicales e identitarias han canalizado el movimiento contra la policía hacia las ilusiones electorales, todas le dan a Biden el colorido necesario para captar sus votos, para presentarse ante la clase obrera y la juventud como quien va a satisfacer sus aspiraciones, o al menos algunas de ellas. Lo que, por supuesto, no hará.
La burguesía espera que Biden pueda devolver la calma y la prosperidad a los negocios. Esta esperanza es vana. Las contradicciones que aquejan al imperialismo norteamericano no se van a resolver, al contrario, porque el imperialismo norteamericano no va a recuperar, con un movimiento de varita mágica, su indiscutible poder de antaño. Lo que le espera a Biden son tiempos de choques económicos y tensiones globales entre los grandes imperialismos, de recuperación económica incierta, por no hablar de la continuación de la pandemia de coronavirus. Para defender al imperialismo estadounidense, necesariamente tendrá que continuar internamente los ataques a la clase obrera, el espionaje a la población y la represión policial; en el exterior continuará la política agresiva de Trump contra los gobiernos que le desafían (Venezuela, Irán…) y contra sus principales rivales imperialistas (Alemania, Rusia y especialmente China). Los vínculos entre la injerencia militar en el extranjero y la violencia policial o fascista en Estados Unidos son múltiples: armamento y equipamiento, la ideología de la «contrainsurgencia» y el racismo, las carreras profesionales entrelazadas de los cuadros y la base, la formación de policías extranjeras…
Todas las frustraciones del pueblo estadounidense por la pérdida de influencia del imperialismo norteamericano, a la vez como consecuencia económica y como reflejo de esta degradación, no desaparecerán, sino que se reforzarán. Por eso la invasión del Capitolio, si no es un golpe de Estado, es una advertencia para toda la clase obrera, la de Estados Unidos y la de fuera.
A su vez, Biden decepcionará las ilusiones de la parte de la pequeña burguesía que le había apoyado: profesionales, ejecutivos… Como todos sus predecesores demócratas, gobernará a su vez contra la clase obrera. Así que el fascismo, siempre que encuentre un líder y un partido, puede llegar a ser mucho más amenazante.
Los ataques contra las manifestaciones antifascistas del año pasado, el asalto al Capitolio de Michigan por parte de milicias armadas y la quema de edificios sindicales durante las manifestaciones reaccionarias muestran que el potencial de las bandas que llaman abiertamente a la «guerra racial» y a la «erradicación del comunismo» ha aumentado.
Con los efectos de la crisis económica y sanitaria, las desproporcionadas brechas de riqueza, la flagrante desigualdad del sistema sanitario, el empobrecimiento de las masas mediante el cierre de fábricas y la quiebra de empresas, la intensificación de la explotación para hacer frente a la competencia china, el colosal endeudamiento de los estudiantes, la multiplicación de las personas sin techo, los cerca de 12 millones de inmigrantes «ilegales», el racismo de la policía y el estado, hay una necesidad urgente de que los trabajadores, desempleados y precarios de EEUU -sin importar el color, el género o el estatus legal- se unan y hagan valer sus propios intereses de clase contra la burguesía.
La lucha por defender y ampliar las libertades democráticas está vinculada a la lucha contra las burocracias corruptas de los sindicatos y de las organizaciones de masas de los oprimidos.
En Estados Unidos, la lucha por la democracia de los trabajadores es ante todo una lucha de base por el control democrático de sus propias organizaciones. Esta es la condición necesaria para preparar la lucha final para abolir el capitalismo y «establecer la democracia» en todo el país. Ningún partido de este país tiene derecho a llamarse socialista si no defiende a los trabajadores de base de Estados Unidos contra los burócratas… El capitalismo no sobrevive como sistema social por su propia fuerza, sino por su influencia dentro del movimiento obrero, reflejada y expresada por la aristocracia y la burocracia de la clase obrera. Por lo tanto, la lucha por la democracia obrera es inseparable de la lucha por el socialismo y es la condición para su victoria. (James Cannon, Socialismo y Democracia, junio de 1957)
La aceptación de la «política de identidad» del PD y de las direcciones de las organizaciones feministas o de color por parte de los reformistas y centristas es un callejón sin salida. Debilita a los oprimidos y divide a la clase obrera. Sólo la hegemonía de la clase obrera puede conducir a la victoria.
Ni el color de la piel ni el sexo hacen que las personas sean más progresistas que otras. ¡Es lucha de clases, idiota! La actual vicepresidenta Kamala Harris, especialmente celebrada por la prensa liberal por su raza, color y género, no ha sido en su carrera política, por todos estos rasgos, ni mejor ni peor que ningún otro político demócrata o republicano: en 2011, como fiscal general de California, evitó plantear casos en los que los policías habían asesinado a personas negras.
Los policías de color han sido tan brutales contra los manifestantes en el pasado y ahora (contra las anti-racistas) como los policías «blancos».
Al contrario de lo que dicen los DSA, el CPUSA y el SAlt, los policías no son «trabajadores uniformados». Son esbirros de la clase dominante y no tienen cabida en los sindicatos.
Desde ya, hay que exigir que los sindicatos, las organizaciones de los oprimidos y los DSA rompan con el Partido Demócrata y el Partido Verde. En las empresas, en los barrios obreros y en las universidades hay que tomar iniciativas de autoorganización, al ejemplo de una fracción del proletariado negro y jóvenes de todas las «razas», para defender las manifestaciones contra los abusos de la policía y las bandas fascistas. Las milicias obreras deben desarrollarse, ampliarse y organizarse en todo el país para proteger cualquier huelga y protesta popular, apoyándose en los sindicatos y organizaciones de los oprimidos.
Podemos lograr la victoria, pero debemos tener una estructura armada con el apoyo de las grandes organizaciones de trabajadores. Necesitamos disciplina, trabajadores organizados en los comités de defensa. De lo contrario, seremos aplastados. (León Trotsky, Discusión con la dirección del SWP, 7 de junio de 1938)
Esto es lo que el SWP, la sección americana de la IV Internacional, practicó con éxito en 1939, a pesar del rechazo de cualquier frente único por parte del SPA y del CPUSA. El SWP dirigió el asalto a las organizaciones fascistas en Los Ángeles, Minneapolis y Nueva York, movilizando a los trabajadores conscientes, incluidos muchos activistas «comunistas», así como a los jóvenes judíos y afroamericanos.
Hoy, los DSA, el SPUSA, el CPUSA, el SAlt… consideran a los policías como si fueran trabajadores como otros cualquiera y no abogan por la autodefensa contra los fascistas. Sin embargo, es el primer paso práctico del movimiento revolucionario de las masas para organizarse y defenderse de las bandas fascistas y de la policía, independientemente de todas las fracciones de la burguesía, de su legalidad, de su aparato estatal, de sus partidos, para abrir el camino a una alternativa progresista a la crisis capitalista y al ascenso del peligro fascista. Esa alternativa no puede ser otra que la del gobierno obrero, de la expropiación del gran capital. Los militantes revolucionarios consecuentes, si quieren construir el partido obrero revolucionario tan necesario, deben reagruparse y ser los promotores de esta orientación. Es inseparable de la defensa de los trabajadores y estudiantes extranjeros en suelo estadounidense y de la lucha contra el militarismo y las intervenciones del ejército en el extranjero.