Estados Unidos: solo un gobierno de los trabajadores podrá acabar con las tropelías y crímenes racistas de los policías

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El 26 de mayo, George Floyd, un afroamericano detenido por la policía en Minneapolis, fue asfixiado lentamente durante ocho largos minutos, en plena calle, por un policía que lo mantenía en tierra con una rodilla sobre el cuello bajo la mirada indiferente de otros tres policías presentes. Desde entonces, cada día en todas las grandes ciudades de Estados Unidos se producen manifestaciones masivas, a pesar de las prohibiciones, a pesar del toque de queda, a pesar del despliegue de la policía y de la Guardia nacional, a pesar de las violencias policiales contra los manifestantes, reuniendo trabajadores y jóvenes, negros, blancos y latinos juntos. También en Londres, Berlín, Viena, Madrid, etc. ha habido grandes manifestaciones.

El racismo y la violencia policial contra las personas negras jalonan toda la historia de los Estados Unidos desde que existen. El final oficial del esclavismo después de la guerra de Secesión solo ha dado a estas personas la libertad de dejarse explotar por el capitalismo en las condiciones más duras, sin acabar con el racismo en absoluto. De hecho, la segregación racial no fue oficialmente abolida más que por la Civil Rights Act de 1964 y la Voting Rights Act de 1965. Esta violencia contra los afroamericanos no es nueva. La diferencia, es que esta vez ha sido filmada. La implicación de la policía y del FBI en el asesinato de dirigentes negros como Malcolm X y Martín Luter King en los años 1960 está demostrada. En los años 1970, la represión estatal golpeó a la dirigente negra del CPUSA Angela Davis y sobre todo al Black Panthers Party (Panteras Negras) que se atrevió a afirmar el derecho a la autodefensa contra la policía racista. Mumia Abu-Jama, un periodista y antiguo militante de los Panteras Negras, víctima de un montaje policial respaldado por los tribunales, pasó 30 años esperando a ser ejecutado y hoy sigue en prisión condenado a perpetuidad. En la última década, los asesinatos de Trayvon Martin, Tamir Rice, Michael Brown y Éric Garner han dado hecho nacer al actual movimiento Black Lives Matter.

Según las estadísticas de las agencias de salud pública, las personas negras representan el 40-60% de las muertes por Covid-19, mientras que son menos del 13% de la población. La mayoría de ellas, así como de las hispanas, se encuentran todavía entre las peor pagadas, las más precarias, las alojadas en peores viviendas, las más desnutridas, las más excluidas del sistema educativo, son la mayoría de las víctimas de enfermedades de la pobreza, las personas más maltratadas. Están sobrerrepresentadas en las cárceles más hipertrofiadas de todos los países «democráticos».

La brutalidad policial contra las personas negras no es obra de unas pocas manzanas podridas que empañarían el honor de la policía, como afirman las buenas almas. Está institucionalizada, como una de las condiciones intrínsecas del capitalismo, de la opresión, de la división orquestada de la clase obrera a través del racismo. Solo en Minneapolis, donde asesinaron a Floyd, la policía ha matado a 31 personas desde el año 2000. 21 de ellos eran negras. En noviembre de 2015, en Minneapolis, a Jamar Clark, un hombre de 24 años que había sido arrestado y esposado por la policía, le dispararon en la cabeza. Los fascistas (Ku Klux Klan y otros) atacaron, ante los ojos de la policía, la manifestación contra la violencia policial y dispararon contra cinco manifestantes negros.

Frente a la magnitud de las protestas, Trump se ha presentado como «el presidente de la ley y el orden» y ha amenazado con enviar al ejército para restaurar la calma. Golpeado por el colapso económico que socava sus posibilidades de reelección, Trump intenta jugar al todo por el todo situándose en una línea casi de guerra civil. Su intención de clasificar a las organizaciones antifascistas y anarquistas como organizaciones terroristas es una clara llamada a la movilización de los grupos racistas, así como de las milicias fascistas que han invadido repetidamente los congresos de diferentes estados contra el confinamiento.

No obstante, la representación política de la burguesía está dividida sobre qué hacer. La mayoría, vinculada tanto al Partido Republicano como al Partido Demócrata, teme que no se pueda controlar la situación, especialmente porque una parte importante de los soldados está formada por personas negras. Esta mayoría se inclina hacia una solución que permita acabar con las manifestaciones al menor coste, como ya lo ha conseguido en el pasado. Espera que con el refuerzo de las acusaciones contra los 4 oficiales de policía, algunas «rodillas en el suelo» de los oficiales de policía debidamente publicitadas, las llamadas a la calma y a la justicia de Obama y Biden, el reenvío de esta cuestión hacia las próximas elecciones presidenciales por los responsables del Partido Demócrata, serán suficientes para disipar la tensión.

Las protestas en los Estados Unidos se producen cuando el desempleo ha explotado (42 millones de despidos desde marzo, que afectan gravemente a la comunidad negra), cuando las colas de hambre aumentan a las puertas de los bancos de alimentos y las perspectivas se nublan para el proletariado estadounidense. Pero la ausencia de un partido revolucionario en los Estados Unidos juega en contra de la clase trabajadora y la juventud, evitando la transformación de su impulso y sus aspiraciones en perspectivas revolucionarias. Obama, en el curso de sus dos mandatos flanqueado por Biden, no ha cambiado nada en lo que respecta a la violencia policial y las condiciones económicas y sociales de los trabajadores o de los negros.

La principal formación reformista, los DSA, que es miembro de un partido político burgués, desvió las aspiraciones de los trabajadores y los jóvenes hacia la candidatura de Sanders en las elecciones primarias del Partido Demócrata. Sanders mismo acaba de retirarse a favor de Biden. Los DSA no solo se niegan a romper con el partido imperialista, a embarcarse en el camino de un partido obrero, sino que, al igual que lo que queda del partido estalinista. el CPUSA, ni siquiera llama a los explotados y oprimidos a ejercer su derecho democrático a defenderse de los perros guardianes de la clase dominante.

Creemos firmemente que las comunidades fuertes y con recursos suficientes no requieren represión y, por extensión, instituciones represivas para mantener la paz cuando hay justicia. (DSA, 28 de mayo de 2020)

¡Es la amalgama reformista habitual para ocultar la naturaleza reaccionaria del estado burgués y su policía, como si pudiera haber un capitalismo armonioso y libre de violencia! En los Estados Unidos como en todas partes, los policías no son unos «trabajadores» como otros cualquiera, como quieren hacer creer los reformistas: son destacamentos de personas armadas reclutadas y entrenadas en defensa del capitalismo. Así los reformistas dejan el campo abierto a todas las maniobras de la burguesía para hacer retroceder la cólera de las masas. Si lo consiguen, mañana no habrá más justicia para las personas negras de la que ha habido hasta ahora después de todos los asesinatos anteriores.

Las únicas organizaciones de masas de la clase trabajadora estadounidense, las confederaciones sindicales (AFL-CIO, CtW) deben romper con los partidos políticos de la burguesía, expulsar de sus filas a las organizaciones de miembros de los aparatos represivos públicos y privados, defender a las minorías étnicas y su derecho a la legítima defensa contra la violencia policial.

En los Estados Unidos como en otros lugares, solo la estrategia de destruir el estado burgués, de disolver los cuerpos represivos (policía, guardia nacional, ejército, servicios secretos, justicia, etc.) por los trabajadores armados, de instaurar un gobierno obrero basado en los órganos de las masas en lucha, de expropiar al capital, de construir el socialismo internacional, puede soldar una vanguardia decisiva en las batallas por venir.

7 de junio de 2020

Colectivo Revolución Permanente (Alemania, Austria, Estado Español, Francia, Turquía)