El capitalismo conduce a la concentración de la riqueza y el derroche en un polo de la sociedad y a la precariedad y a la pobreza en el otro, a la destrucción del medio ambiente, al resurgimiento de la religión y el oscurantismo, a las crisis económicas recurrentes y las guerras incesantes.
El capital-dinero circula libre, pero no los seres humanos. En todo el mundo, los estados construyen muros contra los trabajadores que intentan escapar de la miseria. Israel lo ha hecho contra los palestinos, prosiguiendo al mismo tiempo la colonización en Jerusalén y Cisjordania. Los países más democráticos cierran sus fronteras a los refugiados que huyen de los bombardeos diarios en Siria, Irak, Yemen…, de los abusos de los regímenes policiacos y torturadores (Siria, Eritrea…) y de los genocidios (ejecutados por el «Califato» sunita del Daech, los rakhines budistas y el Ejército birmano…). En los Estados Unidos, el principal aspirante a la candidatura del Partido Republicano hace campaña para expulsar a los extranjeros. Las organizaciones xenófobas y fascistas progresan electoralmente en Europa y algunas empiezan a organizar agresiones contra los inmigrantes (Grecia, Alemania, Bulgaria…).
La crisis capitalista mundial de 2008-2009 fue superada en los países imperialistas por medio de la intervención de los Estados (rescate de cada cual a sus grupos bancarios, de seguros, automotrices; préstamos abundantes y a bajos tipos de los Bancos Centrales a los bancos de su zona…) y en todo el mundo por el reforzamiento de la explotación (aumento de la intensidad y el tiempo de trabajo, congelamiento de salarios, disminución de las pensiones e indemnizaciones de desempleo, restricciones de las huelgas y debilitamiento de los sindicatos, etc.). Todos los gobiernos burgueses efectuaron las mismas políticas contra los productores y en favor de los explotadores, incluidos los dirigidos o codirigidos por los partidos «laboristas» (Brasil…), «comunistas» (China, Vietnam, Sudáfrica…), «socialistas» (Francia, Alemania…) o de la «izquierda radical» salida de la reconversión estalinista (Grecia…).
La tasa de ganancia se recompuso y la acumulación mundial del capital se reanudó el 2009. Sin embargo, algunos países están estancados (Japón, Francia…). Otros ni siquiera encontraron su nivel de producción anterior a la crisis (Grecia, España, Italia…). Por último, entre los que se habían clasificado como «emergentes», grandes países se hunden en la depresión económica (Brasil, Rusia…) y la propia economía china se desacelera. Alimentada por las políticas monetarias de tipo keynesiano, la especulación financiera volvió a crecer.
La crisis capitalista mundial intensificó las rivalidades entre las grandes potencias imperialistas, con un polo de la burguesía dominante (la de los Estados Unidos) y sus aliadas más o menos disciplinadas (las de Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña…) y, en el otro polo, una alianza circunstancial entre las nuevas burguesías (de China, de Rusia) que ponen en entredicho la antigua distribución de actividades, influencias y dominios. La Unión Europea, que personificaba la tentativa burguesa de superar la estrechez de las fronteras nacionales, se ve sacudida. Tras la crisis económica mundial, los gobiernos alemán y francés humillaron y sangraron al pueblo griego. Los imperialistas rivales dividieron a Ucrania. Frente a los refugiados, todos los estados resucitaron las fronteras entre ellos y multiplicaron las alambradas, concluyendo un sórdido Tratado con el gobierno autoritario e islamista de Turquía.
Las grandes potencias mundiales y, en su estela, algunas potencias regionales, se arman todavía más, se desafían en el mar de China, se enfrentan de manera indirecta en Ucrania y Siria. En nombre del «liberalismo», las burguesías disminuyeron los gastos sociales. Al mismo tiempo, el aparato represivo del Estado burgués se reforzó: todavía más prerrogativas contra los ciudadanos, todavía más gastos militares, todavía más servicios secretos, policías, prisiones… El rol económico del Estado burgués no se esfumó. Todos se esfuerzan en apoyar a sus capitalistas contra su proletariado y contra las otras burguesías: integración de los aparatos de los sindicatos al Estado, represión de los militantes sindicales y revolucionarios, obsequios a los patrones, guerra monetaria, espionaje «industrial», presiones diplomáticas, amenazas militares, golpes de Estado, intervenciones militares de «baja intensidad» (armas, consejeros, drones, fuerzas especiales…), intervenciones abiertas (bases, bombardeos, expediciones, ocupaciones).
Los estados imperialistas occidentales sostuvieron (junto con la burocracia estalinista de la URSS) la fundación de Israel, un estado colonial. Instauraron las monarquías del Golfo Arabo-Pérsico que extienden el oscurantismo salafista en todo el mundo y financian al islamo-fascismo; apostaron por los fanáticos islamistas de Irán en 1953, Indonesia en 1965, Afganistán en 1979. Empujaron a Irak a la guerra contra Irán en 1980. Invadieron dos veces Irak en 1991 y en 2003; atizaron los conflictos étnicos y confesionales; dislocaron Libia el 2011. En la actualidad, toman como pretexto los atentados islamistas para limitar las libertades democráticas en sus países y justificar la continuación de sus intromisiones en África subsahariana y en Asia Occidental.
Las fracciones clericales de la burguesía llegaron a obtener una audiencia en las masas musulmanas y así pudieron conducir verdaderas contrarrevoluciones en Irán, Irak y Siria. Los islamistas son incapaces de vencer al imperialismo porque defienden la propiedad privada y el capitalismo. Por consiguiente se reducen a ejercer presión sobre el imperialismo por medio de atentados reaccionarios que apuntan sobre todo a los trabajadores. Pero si se mantienen en el poder por hacer destruido al movimiento obrero, como en Irán, terminan por capitular ante las grandes potencias, como los nacionalistas burgueses de discurso «socialista».
La fuerza social capaz de impedir la catástrofe y de realizar una revolución social existe: es la clase obrera mundial. Los trabajadores asalariados, la juventud estudiante, los desocupados, luchan en todas partes, a veces heroicamente. Los trabajadores y los estudiantes de Europa se han manifestado de manera masiva para defender el empleo o sus conquistas sociales. Los trabajadores de África y Asia Oriental se baten en condiciones difíciles por los salarios, la mejora de las condiciones de trabajo y el derecho a tener sindicatos. Los pueblos de África del Norte y de Asia Occidental se alzaron contra los tiranos sostenidos por uno u otro imperialismo; los kurdos resistieron a la reacción islamista en Turquía, Siria e Irak. En Norteamérica, los negros se rebelaron contra los repetidos asesinatos de la policía.
Pero a falta de un partido obrero revolucionario que permita a la clase obrera encabezar a los explotados (campesinos pobres, trabajadores del sector informal, etc.) y oprimidos (mujeres, jóvenes, minorías…), los levantamientos de Túnez, Egipto y Siria fueron contenidos por una doble contrarrevolución: de una parte los bombardeos y la tortura masiva del régimen y el Estado Mayor; de otra parte, el fascismo sunita. Los trabajadores kurdos siguen siendo separados de los otros proletarios y divididos entre ellos, por partidos nacionalistas que pactan con Estados que oprimen a los kurdos (PDK) o que se apoyan en los imperialismos ruso o norteamericano (PKK-PYD). Las burocracias en el poder de Corea del Norte y Cuba preparan la restauración del capitalismo. Los gobiernos de Brasil y Venezuela, después de haber servido el capitalismo y haber respetado el Estado burgués, hacen frente a tentativas de derribo por el imperialismo y la fracción compradora de la burguesía local. La resistencia a los despidos masivos y a las medidas de austeridad gubernamental en los países avanzados es canalizada y disipada en «jornadas de acción» impotentes por las burocracias sindicales, con la ayuda de sus acólitos centristas (Bélgica, Canadá, España, Francia, Grecia, Noruega, Suecia…). Los partidos «reformistas» y sus suplentes centristas siembran ilusiones en el parlamentarismo burgués. Pero cuando acceden al poder, estos partidos hacen la misma política que los de la burguesía (Grecia, Francia, Austria…).
La vanguardia debe retomar el marxismo, adoptar la estrategia de la revolución permanente, construir a una Internacional obrera revolucionaria. Las trabajadoras y los trabajadores, para preservar o conquistar sus derechos, para salvar el medio ambiente, para preservar a sus niños del desempleo y la guerra, para terminar con la explotación, deben exigir la ruptura de las organizaciones que fundaron (partidos de masas y sindicatos) con la burguesía; establecer órganos de lucha democráticos y centralizarlos; expropiar las grandes empresas capitalistas; aplastar a las bandas fascistas e islamistas; desmantelar los órganos estatales de represión y espionaje; controlar democráticamente la producción y el intercambio; disolver las fronteras. ¡Abajo el capitalismo y el imperialismo! ¡Viva el socialismo mundial!
Colectivo Revolución Permanente (Austria, Francia, Perú)
Tendencia Marxista-Leninista (Brasil)