El reformismo traiciona, tanto el antiguo como el actual

Los partidos reformistas que ríen y los que lloran

Jean-Luc Mélenchon, antiguo ministro del PS y fundador en 2016 de La France Insoumise (LFI), esperaba, justo antes de las presidenciales francesas de 2017, llegar a la segunda vuelta y convertirse posteriormente, antes de las legislativas de junio, en el primer ministro de Emmanuel Macron. Se consuela porque resultó elegido diputado y sobre todo porque su nuevo partido ganó ampliamente las elecciones legislativas, con el 11% de los votos emitidos frente al PCF (2,7%) y al PS (7,4%). El LFI es un partido relativamente popular gracias a algunas promesas y al desgaste del PS, que gobernó durante 5 años para el gran capital, pero su bandera es tricolor y su himno La Marsellesa. Es hostil no a la burguesía francesa, sino a Alemania. Además de eso, en su programa social-reformista y social-chovinista no trata nunca de la lucha de clases, ni del socialismo. Mélenchon pretendía contratar a policías, volver al franco francés y salir de la Unión Europea.

Necesitamos un proteccionismo solidario. (LFI, L’avenir en commun, 2016, Seuil, p. 46)

Esto no ha impedido sin embargo a los “trotskistas” de la GR (CIO grantista) y del POI (CI lambertista) apoyar su candidatura contra la del PS, el NPA y la LO.

El Partido Laborista de Gran Bretaña (LP) ha recuperado electores (+9,6% de votos durante las últimas elecciones legislativas de junio de 2017) e incluso a miembros jóvenes y a trabajadores asalariados. Para ello, ha retomado algunas medidas que respondían a las aspiraciones de los asalariados y estudiantes, si bien el programa se ha mantenido dentro del marco del capitalismo británico. No se trata de una cuestión de lucha de clases, ni tampoco de socialismo, sino de la posibilidad de una colaboración de clases, del mantenimiento de la monarquía y del incremento de los gastos militares.

El Partido Laborista sabe que la creación de riqueza es consecuencia del esfuerzo colectivo de los trabajadores, empresarios, inversores, así como del gobierno. Cada parte contribuye a ello y debe recibir su recompensa en su justa medida. (LP, Fort the many, not the few, 2017, p. 8)

Aunque el LP ha permanecido minoritario (40% de los votos y 262 escaños, mientras que el Partido Conservador obtuvo el 42,4% de los votos y 317 escaños), este incremento ha permitido a Jeremy Corbyn reclamar -en vano- la formación de un nuevo gobierno, tras el anuncio de los resultados electorales.

El nuevo partido reformista español Podemos, (denominación que es un calco del vacuo eslogan del candidato demócrata Barack Obama) fundado en 2014 por el clásico estalinista Pablo Iglesias Turrión (UJCE, Foro Social Europeo), ha crecido en detrimento del Partido Socialista de España (PSOE), con la ayuda de determinados grupos centristas y la alianza del colapsado PCE (IU).

En cuanto al PSOE, intenta volver al poder buscando el apoyo de Podemos e PCE-IU, e incluso de los nacionalistas catalanes y de otras comunidades, para obtener una mayoría parlamentaria en las Cortes. Así pues, Pedro Sánchez ha reconocido por primera vez que España es plurinacional. Además de eso ha dejado de apoyar el tratado de libre-cambio UE-Canadá (CETA). El congreso celebrado en junio hasta terminó con La Internacional, entonada con el puño alzado. Sin embargo, su proyecto político apoya a la Unión Europea, no contempla el socialismo, ni siquiera la abolición de la monarquía legada por Franco.

El Partido del Trabajo de Bélgica/ Partij van de Arbeid van België, es un partido que proviene del stalino-maoísmo y que llamó a reforzar la OTAN en los años setenta porque consideraba que la URSS era el principal enemigo. Hoy en día, el PTB/ PVDA se ha vuelto pacifista. Desde hace mucho tiempo, ya no recurre a la revolución, ni al poder de los trabajadores, ni siquiera al socialismo o a la lucha de clases.

Queremos tener peso en el debate y tomar partido, no por los círculos silenciosos del mundo financiero y de las grandes multinacionales, sino por el mundo del trabajo, por los jóvenes, y por todas aquellas personas que atraviesan dificultades en la sociedad. Y, seamos honestos: ya es hora de que esta voz pueda hacerse oír en todos los parlamentos de nuestro país. (PTB, PCB, LCR, Scénario pour une société plus sociale, 2014, p. 6)

En 2015, su lista de unión obtuvo el 3,72% de los votos emitidos y los últimos sondeos le colocan por delante del PS en Valonia, con el 20,5% de los votos.

En cambio, el Partido Socialista francés sufrió un desplome electoral tras su última experiencia en el gobierno de 2012 a 2017. Además de eso, el partido provocó la división en dos grupos de numerosos ministros de François Hollande (entre ellos el antiguo primer ministro Manuel Valls), de decenas de alcaldes y diputados, que le abandonaron para adherirse a Macron y al LREM. Su candidato para las presidenciales (Benoît Hamon) le abandonó para lanzar un nuevo movimiento político en julio de 2017, el M1717 (que no recurre más al socialismo que el LFI, el PS o el PCF).

El Partido de los Trabajadores brasileño, fundado en 1980 por dirigentes sindicales, con la ayuda de la Iglesia católica y de todas las corrientes centristas, llegó al poder y a la presidencia en 2003. Tras servir al capitalismo brasileño aliándose con partidos burgueses durante más de 10 años, el PT perdió muchas ciudades en las elecciones municipales y sus antiguos socios de gobierno le echaron del poder en agosto de 2016. Numerosos dirigentes del PT están siendo perseguidos por corrupción.

El Partido Socialista belga, ausente del Gobierno Federal desde 2014, se ha visto también salpicado por los escándalos: el alcalde del PS de Bruselas, Yvan Mayeur, se enriqueció personalmente a costa del Samusocial y de un centro público municipal para ayuda social a las personas desfavorecidas. Además de eso, se ha revelado que más de veinte dirigentes cobraban 2.800 euros en concepto de cantidad por asistencia ficticia a juntas de la empresa pública Publifin (23 millones de euros en total, de los cuales, su presidente Stéphane Moreau, alcalde del PS del municipio de Ans, se embolsó 840.000 euros en 2015).

El Partido Comunista de Sudáfrica forma parte del gobierno burgués en el marco de la Alianza Tripartita (ANC-COSATU-SACP) que sirve al capitalismo desde 1994, hasta el punto de masacrar a obreros durante la celebración de huelgas y de aporrear a los emigrantes que vienen de los países vecinos. Pero el descrédito del gobierno de Zuma es tal, y la central sindical COSATU que controla, conoce tantas escisiones, que los dirigentes del SACP han decidido presentar a sus propios candidatos en las próximas legislativas.

En 2012, el Partido Nacionalista burgués PASOK, apoyado por los partidos laboristas y socialdemócratas de EU, se desplomó en las elecciones legislativas. Syriza se convirtió así en el segundo partido de Grecia. Pasó a ser para la prensa burguesa el fantasma de la “izquierda radical” y los reformistas de izquierdas, así como la mayoría de los centristas del mundo entero, le adoran. Todos están de acuerdo en hacer creer a los trabajadores que la celebración de elecciones y referéndums organizados por el Estado burgués puede cambiar sus vidas.

Jean-Luc Mélenchon calificó la victoria de la izquierda radical Syriza en Grecia de “momento histórico”. “Es una página nueva para Europa. Quizás tengamos la oportunidad de refundar Europa, que se ha convertido en la Europa federal de los liberales”, afirmó el líder del Partido de izquierda. (Libération, 25 de enero de 2015)

Pero Syriza, al igual que Die Linke en Alemania (fusión del ex partido estalinista y de unos socialdemócratas) o el Rifondazione Comunista de Italia (que proviene del estalinismo), es reformista, es decir que respeta el capital, a la burguesía griega y a su Estado. En realidad, se dispone a constituir un gobierno tipo frente popular con el pequeño partido burgués xenófobo Griegos Independientes (ANEL).

En junio de 2012, a partir del momento en que Syriza llega al borde del poder, asegurará a la burguesía griega, a la organización patronal SEV, a los armadores y a los banqueros que su política y su programa de gobierno no supondrán una amenaza para el estatu quo capitalista. Syriza, incluso antes de las elecciones del 25 de enero de 2015, había concluido un acuerdo de coalición con el partido de derecha ANEL de Panos Kammenos, un amigo de los armadores y de la Iglesia ortodoxa. La decisión fue tomada durante un comité central a puerta cerrada, con sólo dos votos en contra y la abstención de los miembros de la oposición interna, la Plataforma de izquierdas dirigida por Panagiotos Lafazanis. (Michael-Matsas, “Greece: the Broken Link”, Critique, agosto de 2015).

En 2015, el gobierno Syriza-ANEL acatará las órdenes contra los trabajadores griegos (y los emigrantes) fijadas por la Unión Europea y el FMI. Alexis Tsipras lo pagó con una escisión, LAE (dirigida por Lafazanis, reformista y chovinista) y con el descrédito de la clase obrera. Varoufakis, antiguo dirigente de Syriza, apoyará a Macron en las elecciones presidenciales francesas de 2017.

Lo que separa a los partidos que ríen de los partidos que lloran es sobre todo la coyuntura local: los partidos populares son los que no han gobernado desde hace tiempo o no lo han hecho nunca.

Los socialreformistas juegan a ser “radicales” e “izquierdistas” cuando son minoritarios o forman parte de la oposición. (Communist League Canada, “Revolutionary Socialism vs Reformism”, The Vanguard, noviembre de 1932)

Los que están desacreditados sufren por haber gobernado.

La desafección hacia los partidos socialistas/ socialdemócratas de una parte no desdeñable del mundo obrero y de las capas más desfavorecidas tiende a acelerarse tras un fracaso en el gobierno… (Moschonas, “Social-démocratie et électorat ouvrier”, Actuel Marx, 1er semestre de 1998)

Sea cual sea su historia y sus particularidades, todos los partidos llamados reformistas defienden el orden burgués cuando llegan al gobierno, solos o en coalición.

Los más ingenuos piensan que el “reformismo” hace reformas

La creencia errónea de que el capitalismo solo debe ser reformado, de que puede mejorarse de forma duradera, progresiva e irreversible, es propagada por la mayoría de los jefes de las cooperativas obreras de producción y de comercio, de las mutuas de asalariados, de las asociaciones deportivas y culturales obreras, de los sindicatos de asalariados, de los partidos políticos obreros (“laboristas”, “socialistas”, “socialdemócratas”, “comunistas”…). En este sentido, el reformismo u oportunismo es una corriente del movimiento obrero (fue la opinión de Lenin y Trotsky).

Para realizar un análisis de las burocracias “obreras” y de sus variadas ideologías, los marxistas se basan no en las proclamas de los jefes reformistas, sino en la realidad de las clases sociales, de las relaciones entre clases y de la lucha de clases. El “reformismo” se esboza cuando el capitalismo asciende bajo la amenaza de la represión y bajo la influencia ideológica y política de la pequeña burguesía, de la burguesía e incluso de la aristocracia. Y se autoafirma cuando se suman la integración y la corrupción por el Estado burgués de los aparatos de las organizaciones proletarias, en el momento en que el capitalismo entra en decadencia.

La burguesía, aunque sea contraria a las necesidades de una evolución histórica, sigue siendo la clase social más poderosa. Además, se puede decir que, a nivel político, la burguesía alcanza el máximo de poder, de concentración de fuerzas y de medios, de recursos políticos y militares, de mentiras, de violencia y de provocación, es decir que alcanza el máximo desarrollo de su estrategia de clase, en el momento en el que teme perderlo todo a nivel social. (Trotsky, “A school of revolutionary strategy”, julio de 1921, The First Five Years of the Communist International, New Park, vol. II, p. 4)

La existencia del reformismo “obrero” (o social-reformismo, social-patriotismo) obliga a los comunistas internacionalistas a llevar a cabo una política particular, diferente de la utilizada con los partidos de la burguesía. Por ejemplo, Lenin aconsejaba en 1920 al Partido Comunista de Gran Bretaña que pidiera la adhesión al Partido Laborista, mientras que Trotsky preconizaba desde 1923 la salida del Partido Comunista de China del Guomindang.

Por consiguiente, la noción marxista del reformismo no puede llegar a los partidos burgueses. Sin embargo, es lo que hace el Comité de Enlace de la CSR-ETO de Venezuela y del PCO de Argentina.

El fallecido presidente de Venezuela Chávez inauguró una seria de gobiernos y movimientos o frentes políticos que sostienen una misma matriz ideológica genérica, que nosotros vamos a llamar el Reformismo del Siglo XXI…: el capitalismo andino de Eva Morales-García Linera en Bolivia, la revolución ciudadana de Correa en Ecuador… el capitalismo serio “nacional y popular” del kirchnerismo argentino. (“El reformismo del siglo XXI”, Manifiesto Internacional, agosto 2016)

Dicho concepto, abusivamente extensivo del reformismo, borra la frontera entre el movimiento obrero y el bonapartismo, cuando en realidad son incompatibles. A pesar de que, en muchos países dominados, la humillación de los partidos estalinistas ante la burguesía nacional a partir de 1923 y la destrucción de la 4ª Internacional entre 1949 y 1953, bajo la presión del estalinismo, hicieran que movimientos nacionalistas burgueses ocuparan el sitio del social-reformismo, los dos no son idénticos.

Según la definición ecléctica del PCO y de la CSR-ETO, el “reformismo” del siglo XX habría incluido al general Mustafá Kemal (Turquía), al general Chiang Kai-shek (China), al coronel Perón (Argentina), al coronel Nasser (Egipto), al Ayatolá Ruhollah Khomeini (Irán), etc. El del siglo XXI debería, lógicamente, incluir también a Viktor Orbán (Hungría), a Rodrigo Duterte (Filipinas), al califa Abú Bakr al-Baghdadi (Estado islámico) …

La confusión lleva, entre otras desastrosas consecuencias, a la supresión del antagonismo entre el frente único obrero (la unidad de combate de las organizaciones obreras) y el frente popular (la alianza política de partidos obreros con partidos burgueses).

La tarea central de la Cuarta Internacional consiste en liberar al proletariado de la vieja dirección, cuyo espíritu conservador está en completa contradicción con la situación catastrófica del capitalismo en su decadencia y es el principal freno del progreso histórico. La acusación capital que la IV Internacional lanza contra las organizaciones tradicionales del proletariado es la de que ellas no quieren separarse del semi- cadáver de la burguesía. (Trotsky, La agonía del capitalismo y las tareas de la 4ª Internacional, 1938)

Por consiguiente, el Comité de Enlace PCO-CSR se olvida de una parte del programa de transición. No propone ninguna táctica de frente único obrero y tampoco habla de la independencia de clases y de la ruptura con la burguesía.

Así pues, la regresión política resulta flagrante para la mayoría de los epígonos de la difunta 4ª Internacional. La confusión entre el nacionalismo burgués y el movimiento obrero justificó la adhesión de los posadistas y morenistas al peronismo en la Argentina de los años cincuenta, de los lambertistas al MNA de Argelia en los años 1950, de los pablistas y posadistas al FLN en Argelia en los años 1960, de los healystas a la Jamahiriya en Libia en los años 1970, de los pablistas y grantistas al PASOK en Grecia, de los grantistas al ANC en Sudáfrica en los años 1980 y 1990, etc. Hoy, en este país, los clifistas (KL) apoyan una escisión de 2013 del ANC, igual de nacionalista, el EFF.

Sin embargo, para abrir la vía de la revolución socialista y construir el partido obrero revolucionario en Sudáfrica, la vanguardia debe oponerse a la Alianza Tripartita, en el poder desde 1994, al frente popular de la confederación sindical y del partido reformista de origen estalinista con el partido nacionalista burgués. Debe llamar a las organizaciones de masas procedentes de la clase (COSATU, SACP…) a romper con la burguesía, con toda la burguesía (DA, ANC, EFF, …).

De igual modo, durante la revolución portuguesa, que duró de 1974 a 1975, los comunistas internacionalistas debían llamar al PS y al PCP a romper con el ejército burgués, y oponer a los gobiernos MFA-PCP o MFA-PS la centralización de todos los comités obreros que emergieron en todo el país pese a los dos partidos reformistas.

En estas condiciones la reivindicación dirigida sistemáticamente a la vieja dirección: “¡Romped con la burguesía, tomad el poder!” es un instrumento extremadamente importante para descubrir el carácter traidor de los partidos y organizaciones de las II y III Internacional es así como también de la Internacional de Amsterdam. (Trotsky, La agonía del capitalismo y las tareas de la 4ª Internacional, 1938)

En Venezuela, en 2008, frente a la creación del partido nacionalista burgués PSUV por el Bonaparte Chávez y a su voluntad de integrar los sindicatos al estado burgués, los comunistas debieron luchar para la independencia del movimiento obrero (partidos y sindicatos).

Evidentemente, los antiguos partidos obreros burgueses y los nuevos movimientos socialchovinistas ocultan su función y su naturaleza. Se presentan como partidos realistas que consiguen reformas.

Los centristas respaldan este engaño. Según ellos, la burocracia (sindical o política) no traiciona, únicamente no es consecuente. No va demasiado lejos porque se contenta con reformas del “programa mínimo”.

Los partidos burgueses basan su programa en la defensa abierta de la propiedad de los medios de producción, mientras que los partidos obreros plantean su socialización. Los partidos obreros reformistas planteaban la socialización de los medios de producción, aunque en su política práctica nunca pasaban del programa mínimo de reformas. (PRS/ Argentina al CoReP, 2012, el PRS es ahora el PCO)

Así pues, habría que tomar en serio lo que cuentan los reformistas sobre ellos mismos. De este modo, los reformistas serían los autores de las reformas o los que recurren al socialismo. Este remiendo, empírico e idealista, no tiene nada que ver con la historia del movimiento obrero, ni con la teoría marxista.

No se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa. (Engels & Marx, La Ideología Alemana, 1845, cap. 1)

Así como en la vida privada se distingue entre lo que el hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y figuraciones de los partidos y su organismo real y sus intereses reales. (Marx, El 18 Brumario, 1851)

El social-reformismo es, en realidad, una traición

Los verdaderos partidos obreros (comunistas, revolucionarios, internacionalistas) tienen una ambición mucho más grande que la colectivización (nacional) de los medios de producción.

La liberación de cada individuo se impone en la misma medida en que la historia se convierte totalmente en una historia universal… La verdadera riqueza espiritual del individuo depende totalmente de la riqueza de sus relaciones reales. Sólo así se liberan los individuos concretos de las diferentes trabas nacionales y locales, se ponen en contacto práctico con la producción (incluyendo la espiritual) del mundo entero y se colocan en condiciones de adquirir la capacidad necesaria para poder disfrutar de esta multiforme y completa producción de toda la tierra (las creaciones de los hombres). La dependencia omnímoda, forma plasmada espontáneamente de la cooperación histórico-universal de los individuos, se convierte, gracias a esta revolución comunista, en el control y la dominación consciente sobre estos poderes, que, nacidos de la acción de unos hombres sobre otros, hasta ahora han venido imponiéndose a ellos, aterrándolos y dominándolos, como potencias absolutamente extrañas. (Engels & Marx, La Ideología Alemana, 1845, cap. 1)

Buscan un nuevo modo de producción (mundial), sin Estado y sin clases, en el que los productores asociados puedan decidir con antelación acerca de la producción y del reparto.

En la sociedad comunista, la sociedad calcule de antemano la cantidad de trabajo, medios de producción y medios de subsistencia que puede emplear. (Marx, El Capital, II, 1869-1875, “La rotación del capital variable, socialmente considerada”)

La toma del poder por la clase obrera a la cabeza de todos los trabajadores y la expropiación de los capitalistas constituyen las condiciones de la transición al socialismo (en este sentido, la Revolución de octubre de 1917 era socialista). No conduce inmediatamente al socialismo-comunismo (el socialismo era imposible en una URSS atrasada, devastada por las intervenciones extranjeras y la guerra civil contra los blancos, sin extensión de la revolución al oeste de Europa). El socialismo-comunismo requiere un desarrollo de las fuerzas productivas con el fin de liberar el tiempo de los seres humanos, para que puedan controlar la economía y disfrutar.

El tiempo libre disponible es la riqueza misma, por una parte, para gozar de los productos y, por otra, para disfrutar de una actividad libre, una actividad que no viene determinada, como el trabajo, por la atadura de un objetivo exterior que es necesario satisfacer… (Marx, Théories sur la plus-value, 1861-1863, “Opposition aux économistes”, ES, t.3, p. 301)

Sin embargo, este movimiento de emancipación está obstaculizado, no solo por la burguesía y su aparato del estado, sino igualmente por sus agentes de la clase obrera. Los centristas omiten que el social-reformismo interesa tanto a los aparatos sindicales como a los partidos políticos. Lenin habla a veces de “partidos obreros burgueses” para designar a los dos. En todo caso, el oportunismo de las direcciones sindicales tiene las mismas raíces que el de los partidos laboristas y socialdemócratas (así como el de los partidos estalinistas, “comunistas” chovinistas): la cristalización de burocracias corrompidas por la burguesía en la época del capitalismo decadente.

Las mismas razones que, con raras excepciones, habían hecho de la democracia socialista no un arma de la lucha revolucionaria del proletariado por la liquidación del capitalismo, sino una organización que encauzaba el esfuerzo revolucionario del proletariado según los intereses de la burguesía, hicieron que, durante la guerra, los sindicatos se presentaran con frecuencia en calidad de elementos del aparato militar de la burguesía; ayudaron a esta última a explotar a la clase obrera con mayor intensidad y a llevar a cabo la guerra del modo más enérgico, en nombre de los intereses del capitalismo. (2° Congreso de la IC, “El movimiento sindical, los comités de fábrica de empresas”, agosto 1920, Cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista)

Preparar la revolución exige el combate contra la cara sindical del oportunismo y del social-chovinismo, así como contra su cara política.

Es preciso sostener esta lucha implacablemente y continuarla como hemos hecho nosotros hasta cubrir de oprobio y arrojar de los sindicatos a todos los jefes incorregibles del oportunismo y del socialchovinismo. Es imposible conquistar el Poder político (y no debe intentarse tomar el Poder político) mientras esta lucha no haya alcanzado cierto grado. (Lenin, La Enfermedad Infantil del Comunismo, 1920, cap. 6)

Incluso en los países dominados, la burocracia “reformista” (el PT en Brasil, el PS y el PCCh en Chile, la mayoría de los aparatos sindicales…) pervierte a las organizaciones obreras y traiciona a la causa. Por esta razón, es necesario distinguir a los bonapartistas (que, la mayoría de las veces, provienen del ejército, es decir del centro del Estado burgués) del movimiento obrero que debe mantenerse independiente.

En la medida en que el capitalismo imperialista crea, tanto en las colonias como en las semicolonias, una capa de aristocracia y bucrocracia obreras, estas últimas requieren el apoyo de los gobiernos coloniales y semicoloniales en calidad de árbitros. Esto constituye la base social más importante del carácter bonapartista y semibonapartista de los gobiernos de las colonias y en general de los países atrasados. Esto asimismo constituye la base para la dependencia de los sindicatos reformistas al Estado. (Trotsky, Los sindicatos en la época del imperialismo, 1940)

Un programa escrito no tiene la misma función para los comunistas internacionalistas que para los agentes de la burguesía, en el seno de los trabajadores. Para la organización revolucionaria, se trata de dialogar con la clase obrera y de establecer sus propias perspectivas. En cambio, para los reformistas, no es más que un trozo de papel destinado a engañar a las masas, muy alejado de lo que hacen y harán. Por consiguiente, el hecho de que un partido o un sindicato “reformista” recurran al socialismo o al marxismo no es determinante, aunque sea un indicio del lugar que ocupa la organización y de la intensidad de la lucha de clases.

Por ejemplo, la dirección burocrática de la Federación Americana del Trabajo (AFL) de Estados Unidos prohibía la adhesión de los socialistas. Su escisión de 1938, el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO), no recurría al socialismo; con la Guerra Fría, se dedicó a expulsar a los comunistas. La AFL-CIO unificada en 1955, se sometía al capitalismo, se pronunciaba en contra de cualquier partido obrero, se ponía al servicio del Partido Demócrata, no reclamaba la igualdad de los derechos para los negros y denunciaba al comunismo. A pesar de ello, continuaba siendo una organización obrera en la que los comunistas debían militar.

Lenin votó a favor de la admisión del Partido Laborista de Gran Bretaña en la Internacional obrera, a pesar del hecho de que este partido se identificaba con el socialismo.

El idealismo conduce a absurdos. Según la lógica del ex CRI y del ex PRS, el SPD de Alemania era “obrero”, porque recurría entonces al socialismo e incluso al marxismo, en la época de sus peores crímenes, cuando apoyó la guerra en 1914, cuando aplastó la revolución proletaria en 1919 y asesinó, entre otros, a los comunistas internacionalistas Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches. En cambio, se volvió pura y simplemente “burgués” en 1959 durante su congreso de Bad Godesberg, a causa de un simple texto en el cual se sometió a la Constitucion de la RFA, al cristianismo y a “la economía de mercado”.

No hay que confundir la fraseología con las pretensiones de los jefes de los sindicatos y de los partidos “reformistas”, sus promesas y sus falsas justificaciones, con su práctica, con lo que hacen, con su verdadero programa.

La corriente socialchovinista o (lo que es lo mismo) oportunista no puede desaparecer ni “volver” al proletariado revolucionario. Donde el marxismo es popular entre los obreros, esta corriente política, este “partido obrero burgués”, invocará a Marx y jurará en su nombre. (Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo, octubre de 1916)

Es necesario no fiarse de las palabras, ya que los partidos burgueses pueden también prometer “reformas” (que nunca llevarán a cabo) e incluso emplear el término “revolución” o “socialismo” (para engañar a las masas). El libro del presidente francés Emmanuel Macron se llama Révolution. El fascismo italiano y el fascismo alemán se presentaban como anticapitalistas y revolucionarios.

Disolución de sociedades anónimas… supresión de cualquier forma de especulación… pago de las deudas del viejo Estado por los ricos… prohibición del trabajo infantil de los menores de 16 años… reorganización del sistema de producción por la vía asociativa… (“Revendications de l’Union italienne du travail”, 1919, Paris, Les Origines du fascisme, 1968, Flammarion, p. 83-84)

La supresión de la esclavitud provocada por los intereses… la nacionalización de todas las empresas que hoy forman parte de trusts… la participación en los beneficios de las grandes empresas… la entrega inmediata de los grandes almacenes a la administración comunal para su arrendamiento, a un precio razonable, a los pequeños comerciantes… la promulgación de una ley que permita la expropiación, sin coste, de terrenos con fines de utilidad pública. (“Programme en 25 points du Parti national-socialiste”, 1920, Steinert, L’Allemagne nationale-socialiste, 1972, Richelieu, p. 97-98)

Para los comunistas internacionalistas, el supuesto reformismo no defiende en absoluto “los intereses de los trabajadores” o “el programa mínimo”.

Quienes se pronuncian a favor del método de la reforma legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social en oposición a éstas, en realidad no optan por una vía más tranquila, calma y lenta hacia el mismo objetivo, sino por un objetivo diferente. En lugar de tomar partido por la instauración de una nueva sociedad, lo hacen por la modificación superficial de la vieja sociedad. Siguiendo las concepciones políticas del revisionismo, llegamos a la misma conclusión que cuando seguimos las concepciones económicas del revisionismo. Nuestro programa no es ya la realización del socialismo sino la reforma del capitalismo; no es la supresión del trabajo asalariado, sino la reducción de la explotación, es decir, la supresión de los abusos del capitalismo en lugar de la supresión del propio capitalismo. (Luxemburgo, Reforma o revolución, 1898, II, “La conquista del poder político”)

Los partidos “reformistas” son partidos burgueses tanto por su verdadero programa como por sus acciones.

Cierto que el Partido Laborista está compuesto de obreros en su mayor parte. Ahora bien, el que un partido sea o no verdaderamente un partido político obrero no depende sólo de que esté integrado por obreros, sino también de quién lo dirige y de cuál es el contenido de sus acciones y de su táctica política. Únicamente esto último es lo que determina si nos encontramos ante un verdadero partido político del proletariado. Desde este punto de vista, el único correcto, el Partido Laborista es un partido burgués hasta la médula, pues aunque está compuesto de obreros, lo dirigen reaccionarios, los peores reaccionarios, que actúan por entero en el espíritu de la burguesía; es una organización de la burguesía, que existe para engañar sistemáticamente a los obreros. (Lenin, Discurso pronunciado en el II Congreso de la Internacional Comunista, 6 de agosto de 1920)

Los revolucionarios se oponen al pretendido reformismo porque las burocracias de los partidos y sindicatos, en el mejor de los casos, frenan la lucha de clases (y limitan de este modo la magnitud de las “reformas” que los trabajadores pueden conseguir). En otras ocasiones, las sabotean, de modo que la derrota anula todo o parte de las conquistas y de los logros anteriores… La única solución positiva reside en que un partido verdaderamente obrero, es decir revolucionario, les suplante dentro de la clase obrera y derroque a la burguesía, como ocurrió en Rusia en el año 1917.

Mediados del siglo XIX: por la independencia de las clases

Al hablar de partidos obreros, Engels y Marx lo hacen unas veces en sentido restringido (organización política) y otras, en sentido amplio (movimiento obrero). Al no existir todavía un reformismo cristalizado, al volverse comunistas, no aprecian una contradicción entre estos dos aspectos. Perciben las discordancias como la expresión de una falsa creencia acerca de la burguesía democrática, sobre todo por medio de la pequeña burguesía, o como la expresión de sectas que resultan inevitables al inicio del movimiento.

La revolución europea, que duró de 1848 a 1849, les lleva a determinar con más precisión la orientación hacia el movimiento democrático y a rectificar el programa de la Liga de los Comunistas (Manifiesto del Partido Comunista) redactado a finales de 1847. La revolución democrática es abortada en Alemania y en Austria, ya que la mayor parte de la burguesía se decanta, antes que por la revolución, por el compromiso con la monarquía, lo cual conduce a la salvación de la monarquía absoluta. De este modo, la primera veleidad de la revolución proletaria es aplastada en Francia por la burguesía que prepara así, a su propia costa, un golpe de estado y el segundo imperio.

En mayo de 1848, La Liga de los Comunistas, organización clandestina por necesidad, deja de tener razón de existir para Marx. La mayoría de sus militantes construyen con éxito “asociaciones obreras” públicas. Engels y Marx deciden entrar en la Asociación Democrática de Colonia y del Comité Democrático de Renania, entidades que reagrupaban a burgueses liberales (en el sentido político) y a la pequeña burguesía democrática. Marx dejó las organizaciones democráticas en mayo de 1849.

Tras la derrota, la reconstituida Liga de los Comunistas aprendió la lección de la revolución y de la contrarrevolución europeas: Las luchas de clases en Francia, enero-octubre de 1850; Estatutos de la Sociedad Universal de los Comunistas Revolucionarios, abril de 1850; Circular del Comité Central a la Liga, marzo de 1850; Revolución y contrarrevolución en Alemania, 1851-1852; El 18 Brumario, 1851-1852… Así, la vaga estrategia del Manifiesto consigue concretarse: hostilidad hacia cualquier golpe de estado, gestión de la revolución democrática por el proletariado aliado con los campesinos y los trabajadores independientes de las ciudades, unidad para el combate práctico con la burguesía y la pequeña burguesía democrática contra la monarquía y la reacción sin bloque político, independencia política del proletariado respecto a la burguesía e incluso respecto de la pequeña burguesía democrática, armas para los trabajadores, transformación de la revolución democrática nacional en revolución social internacional.

Fuera del Gobierno oficial constituirán un Gobierno revolucionario de los trabajadores en forma de Consejos ejecutivos locales o comunales, Clubs obreros o Comités de trabajadores; de tal manera, que el Gobierno democrático burgués, no solamente pierda todo apoyo entre los proletarios, sino que desde el principio se encuentre bajo la vigilancia y la amenaza de autoridades tras de las cuales se halla la masa entera de la clase trabajadora… Concretamente: desde el primer momento de la victoria nosotros no debemos mostrar más nuestra desconfianza hacia el reaccionario y vencido enemigo, y sí respecto de nuestros aliados, contra el partido que está ya explotando la victoria común solamente para sus propios y ulteriores fines. En orden a este partido, cuya traición a los trabajadores comenzarán desde la primera hora de la victoria, debe verse frustrado en su nefasto trabajo, y para ello es necesario organizar y armar al proletariado. (Marx, Circular del Comité Central a la Liga Comunista, marzo de 1850)

A lo largo del resto de su vida, Engels y Marx defenderán la independencia de la clase obrera, contra Lassalle en Alemania, que negociaba a espaldas de la clase obrera con Bismarck, y contra la mayoría de los blanquistas que se adhieren a un candidato bonapartista, el general Boulanger.

La mayoría de los obreros parisinos se comportaron de un modo sencillamente lamentable y resulta muy triste para la conciencia de clase socialista observar como únicamente 17.000 votos fueron para el candidato socialista, mientras que un mamarracho y demagogo como Boulanger obtuvo 240.000 votos. (Bebel, “Aus Norddeutschland”, 29 de enero de 1889, Engels et Marx, Le Mouvement ouvrier français, Maspero, t.2, p. 133)

El boulangismo en Francia y la cuestión irlandesa en Inglaterra son los dos grandes obstáculos en nuestro camino, las dos cuestiones secundarias que impiden la creación de un partido obrero independiente. (Engels, “Lettre à Laura Lafargue”, 8 de octubre de 1889, Engels et Marx, La IIIe République, ES, p. 231)

Finales del siglo XIX: la difícil coexistencia entre comunistas y oportunistas

Los partidos obreros burgueses tienen en común su origen, derivado de los esfuerzos históricos de la clase obrera (obreros, empleados, técnicos, etc.) para oponerse políticamente a la burguesía y a sus partidos (así como a su ala liberal o demócrata) e incluso a su Estado. Pero tomaron caminos diferentes para llegar al “reformismo”. Los que opinan que el marco del capitalismo es el mejor de todos y que conviene mejorar el destino de la clase obrera dentro con “reformas”, los que imaginan que determinadas “reformas” permitirán alcanzar el socialismo, progresivamente, en el marco de la nación (más o menos destinada a servir entonces de ejemplo al universo), utilizando al Estado, que estaría por encima de las clases.

Algunos partidos fueron de inmediato reformistas, porque nacieron en la hostilidad al marxismo y a la revolución (el LP en Australia en 1891, el LP en Gran Bretaña en 1906…). Este último apareció cuando el capitalismo británico dominaba el mundo. Los sindicatos obtenían concesiones para una parte de los asalariados. Una “aristocracia obrera” de trabajadores ingleses sindicados, sobre una base de trabajo, consideraba tener más en común con los jefes que con el resto de los obreros, menos cualificados o irlandeses.

Durante el período del monopolio industrial de Inglaterra, la clase obrera inglesa había, en cierta medida, repartido los beneficios del monopolio. Estos beneficios no se repartían equitativamente entre ellos; la minoría privilegiada se embolsaba casi todo, si bien la gran masa cobraba al menos una parte de vez en cuando. (Engels, “England in 1845 and in 1885”, febrero de 1885, Engels & Marx, Articles on Britain, Progress, p. 394)

Al principio, los sindicatos británicos se contentaron con presionar al Liberal Party (Partido Liberal), el partido de la burguesía democrática. En 1899, constituyeron por decepción, un organismo político, el Comité de Representación laboral (LRC), que sólo presentó a algunos candidatos para negociar mejor con el Partido Liberal. Las tres organizaciones “socialistas” de la época participaron en la fundación del LRC. La Federación Socialdemócrata (SDF) recurrió al marxismo, pero la Sociedad Fabiana (FS) y el Partido Laborista Independiente (ILP) eran reformistas: la FS era estatista y tecnocrática, y el ILP, cristiano y parlamentarista.

En realidad, la historia del LRC se parece mucho a la de las maniobras políticas llevadas a cabo para alcanzar acuerdos con los liberales. El hecho de incluir con cierta frecuencia a candidatos “moderados” antes que a socialistas era algo que los estrategas del LRC (Ramsey MacDonald y Keir Hardie) aceptaban fácilmente… Resulta notable que para los jefes del LRC fuera más sencillo pensar en una unión con los liberales que con los marxistas de la SDF. (Miliband, Parliamentary socialism, 1961, Merlin, p. 19-20)

En 1901, la SDF dejó, equivocadamente, al LRC, antes de convertirse en el BSP, que estuvo estancado hasta la guerra. En 1906, el LRC pasó a llamarse Labour Party (Partido Laborista). El ILP, que puso sus esperanzas en el LP, se expandió hasta englobar a varios miles de miembros.

Contrariamente a los partidos laboristas, otros partidos políticos obreros se fundaron sobre la base del marxismo y con el objetivo claro de guiar la revolución social de la clase obrera: en el marco del IO, el SAP de 1875 en Alemania (el origen del SPD y de Die Linke de ahora); en el marco de la IC, el SACP de 1921 en Sudáfrica, el SEKE de Grecia en 1918 (es el origen del KKE actual -a través del PC llamado “del exterior” o “tankista” que glorifica de nuevo a Stalin desde 1995- y de Syriza -a través del Synapsimos y anteriormente del partido “comunista” llamado “del interior” o “eurocomunista”; las dos fracciones estalinistas se reunieron en 1989 para gobernar con el partido burgués ND).

Todo partido obrero revolucionario nace de los esfuerzos internacionalistas del ala más consciente de la clase obrera. Tales organizaciones no se oponían a las conquistas políticas del pueblo, ni a las reivindicaciones económicas de los trabajadores, pero sostenían que esas reformas eran el resultado de las frágiles luchas entre clases y debían servir de trampolín para un objetivo más grande y de alcance mundial, a saber, el derrocamiento final de la burguesía, el poder para los trabajadores y la libre asociación de los productores.

Entre estos dos polos, aparecieron otros partidos, ambiguos en cuanto a sus referencias teóricas y programáticas: el PSOE español en 1879 (que es el germen del PSOE actual y del PCE-IU); el POB-BWP de 1885 en Bélgica (que es el origen del PS y del SPA, hoy en día totalmente separados); la SFIO de 1905 (de donde proceden el actual PS, el PCF y la France Insoumise)… Estos partidos se dividían de manera más o menos confusa entre revolucionarios y reformistas.

En Francia, dentro del dividido movimiento socialista de finales del siglo XIX, los “oportunistas” o “posibilistas” (Malon, Brousse, Allemane, Jaurès…) se enfrentarán a los “colectivistas” o “marxistas” (Deville, Lafargue, Guesde…).

El punto de litigio es únicamente de principios: ¿debe conducirse la batalla como una lucha de clases del proletariado contra la burguesía? o ¿se puede permitir, de manera totalmente oportunista o posibilista, abandonar el carácter de clase del movimiento y del programa siempre y cuando sea posible obtener un mayor número de votos o de seguidores? Malon y Brousse se pronunciaron a favor de este último punto, sacrificando el carácter de clase proletaria y provocando que la separación resultara inevitable. Y está bien así. El proletariado se desarrolla por todas partes mediante luchas de carácter interno. (Engels, “Lettre à Bebel”, 28 de octubre de 1882, Engels & Marx, Le Mouvement ouvrier français, Maspero, t. 2, p. 111)

El conflicto continuará vigente en Francia en el seno del Partido Socialista, unificado en 1903 por la Internacional, pero la corriente guesdista y el blanquismo se anquilosarán y caerán en el patriotismo.

En la época anterior a la guerra, el Partido Socialista francés se presentaba, desde su cúspide directora, como la expresión más completa y consumada de todos los aspectos negativos de la 2ª Internacional: la aspiración continua hacia la colaboración entre clases (el nacionalismo, la participación en la prensa burguesa, los votos de crédito y de confianza a favor de ministerios burgueses, etc.); actitud desdeñosa o indiferente respecto a la teoría socialista, es decir hacia las tareas fundamentales sociales y revolucionarias de la clase obrera; el respeto supersticioso hacia los ídolos de la democracia burguesa (la república, el parlamento, el sufragio universal, la responsabilidad del ministerio etc.); el internacionalismo ostentoso y únicamente decorativo, aliado a una extrema mediocridad nacional, al patriotismo pequeño burgués y, a menudo, a un burdo chovinismo. (Trotsky, “Pour le 2e congrès mondial de l’IC”, 22 de julio de 1920, Le Mouvement communiste en France, Minuit, p. 81)

Finales del siglo XIX y principios del siglo XX: la burocracia obrera

Los sindicatos y los partidos, a pesar de estar bajo el paraguas de una internacional, seguirán siendo fuertemente nacionales. La práctica real del movimiento obrero europeo de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX (negociaciones sindicales con la patronal, campañas electorales y actividad parlamentaria…) parece, por lo menos hasta la revolución rusa de 1905, alejada de las huelgas generales, del armamento del pueblo, de la insurrección y, en definitiva, de toda revolución social.

En 1889, estos partidos se reunieron en el Congreso de París y crearon la organización de la II Internacional. Pero el centro de gravedad del movimiento obrero en este período permaneció totalmente dentro del marco de los estados nacionales, estructurándose sobre las industrias de cada país, y en la actividad parlamentaria nacional. Las décadas de actividad organizativa reformista produjeron toda una generación de dirigentes, la mayoría de los que reconocían, de palabra, el programa de la revolución social, pero de hecho renunciaba al mismo, empantanándose en el reformismo, en una adaptación dócil al estado burgués. (1° congreso de la IC, Manifiesto a los obreros del mundo, marzo de 1919)

A partir de 1896 y adaptándose a este periodo, Eduard Bernstein genera una polémica en el seno del SPD y de la Internacional.

Todo reside en el movimiento, nada en el objetivo final. (Bernstein, 1898)

Revisa de forma abierta y sistemática la doctrina oficial: hostilidad a la dialéctica, refutación de la teoría del valor, pronóstico de la desaparición de las grandes crisis económicas, ampliación de la clase capitalista y desarrollo de las clases intermedias, socialismo basado en una simple exigencia moral, perspectiva de transformación gradual y pacífica del capitalismo, democratización del Estado… (Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, 1899).

Jean Jaurès (PSI en Francia) permanece indiferente, pero Gueorgui Plekhanov (POSDR en Rusia) lanza una contraofensiva contundente que obliga a August Bebel y a Karl Kautsky a condenar, en el congreso de París de la IO (1900), la postura de Bernstein, si bien se niega a expulsarle del partido. En esta ocasión, Luxemburgo (SDKP en Polonia y SPD) se distingue por la profundidad de su crítica, a pesar de su joven edad (27 años).

En 1908, el LP de Gran Bretaña solicita su adhesión a la Internacional Obrera. No precisa del socialismo. En el Buró Socialista Internacional de la IO, Karl Kautsky (SPD de Alemania) acepta. Lenin (POSDR en Rusia) vota a favor, en la medida en que inicia una ruptura con la burguesía (constituyéndose en partido y presentando a sus propios candidatos para las elecciones en determinadas circunscripciones). Pero Lenin se niega a propagar ilusiones sobre este partido.

No estimo justa la secunda parte de la resolución, pues el Partido Laborista no es en la práctica verdaderamente independiente de los liberales, ni aplica una política clasista plenamente independiente. (Lenin, La reunión del BSI, 16 de octubre de 1908)

A finales del siglo XIX en Europa y a principios del siglo XX en Norteamérica y Japón, con la transformación del capitalismo influenciado por el imperialismo, el oportunismo cambia de naturaleza. El Estado burgués, reforzado, comienza a mantener de forma deliberada relaciones con los dirigentes del movimiento obrero. Los partidos socialistas heterogéneos, como el PS-SFIO, e incluso los partidos que siguen recurriendo al marxismo, como el SPD, se hunden en el reformismo originario de la mayoría de los sindicatos y de los partidos laboristas.

La Alemania de Guillermo II ofrecía a los reformistas suficientes oportunidades de obtener sinecuras personales en los cuerpos parlamentarios, los municipios, los sindicatos y otros lugares. Defender la Alemania imperial implicaba defender un pozo bien repleto en el que la burocracia laboral conservadora metía el hocico. (Cuarta Internacional, Manifiesto de la sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial, mayo de 1940)

Sin embargo, durante los congresos de la Internacional Obrera, los revolucionarios se resisten a los oportunistas que reflejan la presión de la burguesía sobre las secciones. Así ocurre con la participación en gobiernos burgueses, con el colonialismo y con la guerra. La resolución adoptada por la IO en su séptimo congreso (Stuttgart, 1907) incluye una enmienda sometida por Lenin (POSDR/ Rusia), Martov (ídem) y Luxemburgo (SDKP/ Polonia).

En el caso de que la guerra estalle, hay el deber de hacerla cesar inmediatamente, de utilizar con todas las fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra para agitar a las capas populares más amplias y precipitar la caída de la dominación capitalista… (IO, Resolución sobre la guerra, 1907)

Pero no hay ninguna fracción organizada, ni ninguna coordinación internacional de carácter duradero.

La participación de Lenin en el congreso socialista de Stuttgart es de sobra conocida. Se sabe que en esta ocasión, y con la ayuda de Rosa Luxemburgo, intentó convocar en una reunión particular a los delegados marxistas-revolucionarios que estaban decididos a marcar su oposición con la táctica reformista de algunos dirigentes. Esta tentativa no fue un fracaso, sino un éxito discutible, ya que muy pocos delegados respondieron a esta iniciativa. En cambio, Lenin obtuvo notables éxitos durante sus intervenciones en la reunión del Buró Socialista Internacional; por ejemplo, consiguió que la solicitud de admisión de los sionistas socialistas fuera aplazada. (Haupt, “Correspondance entre Lénine et Huysmans”, Cahiers du monde russe et soviétique, octubre de 1962)

En el seno de los partidos nacionales, excepto los que conocieron una escisión mucho antes de la guerra (SDKP en Polonia, POSDR-Bolchevique en Rusia, PSDB-Tesnyats en Bulgaria…), los elementos revolucionarios se encuentran, en realidad, amordazados por el “centro” que cubre al ala oportunista que encarna la “burocracia obrera”, es decir a los miembros permanentes de los sindicatos y del partido, así como a los electos y a los periodistas. Creada en la época imperialista, la burocracia obrera (que controla las organizaciones obreras de masas) es una capa social de pequeña burguesía (intermedia entre las clases fundamentales) y políticamente burguesa (una agencia de la burguesía en el seno del proletariado).

La burguesía imperialista atrae y premia a los representantes y partidarios de los partidos obreros burgueses con lucrativos y tranquilos cargos en el gobierno o en el comité de industrias de guerra, en el parlamento y en diversas comisiones, en las redacciones de periódicos legales “serios” o en la dirección de sindicatos obreros no menos serios y obedientes a la burguesía. (Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo, octubre de 1916)

La guerra inter-imperialista que duró de 1914 a 1918 (y posteriormente la revolución y la contrarrevolución en Ucrania, Finlandia, Hungría, Alemania… de 1917 a 1919) hace imposible la continuación de la coexistencia entre reformistas y revolucionarios en el seno de los mismos partidos.

La burocracia obrera y los compañeros de ruta pequeñoburgueses podían ganar la dirección del movimiento obrero sólo apoyando de palabra los objetivos revolucionarios y la táctica revolucionaria. Esa contradicción era un absceso que alguna vez tenía que reventar, y ha reventado… Los que votaron los créditos de guerra y entraron a formar parte de ministerios y apoyaron la defensa de la patria en 1914-1915, han traicionado evidentemente al socialismo. (Lenin, El oportunismo y la bancarrota de la 2ª Internacional, enero de 1916)

Siglo XX: la escisión del movimiento obrero por los social-chovinistas

Al estallar la Primera Guerra Mundial, el ala oportunista, socialchovinista, después de traicionar a la causa proletaria y aliarse con su burguesía, no duda en apoyarse en el estado contra sus opositores, que permanecen internacionalistas.

Las masas, atraídas por las banderas de la socialdemocracia y de los sindicatos, fueron colocadas para librar combate contra el capital justamente por estas organizaciones bajo el yugo de la burguesía, como nunca lo habían sido desde la existencia del capitalismo moderno. (Luxemburgo, “Offene Briefe an Gesinnungsfreunde”, enero de 1917)

La guerra destrozó además las anteriores distinciones entre laborismo y socialdemocracia (y también entre “marxistas” reales y supuestos “sindicalistas-revolucionarios”). En 1915, Lenin, Radek y Zinoviev reagrupan a los internacionalistas en la Izquierda de Zimmerwald. Esto servirá de preparación para la victoria de la revolución rusa en 1917, que permitirá lanzar en 1919 la Internacional Comunista (IC), delimitada de los social-patriotas (que colaboran con la burguesía contra la revolución) y de los centristas (que se niegan a romper con los anteriores).

La revolución rusa de 1917 obligará a los jefes reformistas y a las burocracias políticas a lidiar con la clase obrera, de inclinación favorable. Estas maniobras resultan eficaces ya que no existe frente a ellos un partido obrero revolucionario, como el Partido Bolchevique que organizó la insurrección en octubre de 1917, cuando se volvió mayoritario entre los soviets, para derrocar al gobierno PKD-PM-PSR y dar el poder a los soviets.

En 1918, cuando la revolución estalla en Alemania, el SPD y el USPD, mayoritarios en los consejos de soldados y obreros, constituyen un “consejo de comisarios del pueblo” cuyo nombre es un calco del poder de los soviets en Rusia. El presidente del “consejo”, Ebert es asimismo el canciller del Reich, designado por el heredero del trono Max de Bade.

El 10 de noviembre, la dualidad de poder condujo así a una cumbre única, a un gobierno con doble cara; soviética para los obreros, burguesa y legal respecto al aparato del Estado, a las clases dirigentes, al ejército y a la Entente… A partir del 10 de noviembre, el mariscal Hindenburg telegrafía a los jefes militares comunicándoles que el estado mayor está decidido a colaborar con el canciller para “evitar la expansión del bolchevismo terrorista en Alemania”. (Broué, Révolution en Allemagne, 1971, Minuit, p. 173)

Los dirigentes del SPD, Ebert y Scheidemann, en contacto con los grandes capitalistas y el estado mayor, salvan la propiedad privada, la prensa burguesa y el aparato de Estado, y posteriormente dan orden de aplastar, en enero de 1919, la insurrección prematura de la SB-KPD que acaba de separarse del USPD. Liebknecht, Luxemburgo y Jogiches (KPD) son asesinados junto con varios cientos de trabajadores.

En 1918, el Partido Laborista de Gran Bretaña (LP) se refiere vagamente al socialismo, al modificar sus estatutos para someter más estrechamente la base a la burocracia.

Evidentemente, esta modificación no era muy del gusto de la izquierda laborista que, de esta forma, se condenaba a una tutela permanente. La izquierda del partido encontró consuelo y esperanza gracias a la inserción en los estatutos de la famosa cláusula 4 socialista que aconsejaba formalmente al partido que “garantizara para los trabajadores manuales o intelectuales el fruto de su actividad y por consiguiente la distribución más justa posible, sobre la base de la propiedad colectiva de los medios de producción”. (Miliband, Parliamentary Socialism, 1961, Merlin, p. 60)

Cuando la burguesía británica envía tropas a Rusia contra la revolución socialista, el LP protesta, pero se niega a actuar. La dirección del LP, que se muestra sin embargo como el partido de toda la clase obrera y alberga a diferentes grupos reformistas, rechaza en 1920 la solicitud de adhesión del Partido Comunista recién fundado…

En 1920, en Francia, durante el congreso en el que el PS-SFIO decide adherirse a la Internacional Comunista, la minoría reformista no duda en declarar: “Somos partidarios de la dictadura del proletariado”. (Blum, “Discours au congrès de Tours”, diciembre de 1920, Lefranc, Le Mouvement socialiste, Payot, t. 2, p. 235). La referencia a la “dictadura del proletariado” no es más que una falsificación. En la práctica, no impide a los escisionistas aliarse en 1924 con el Partido Radical (PR), el gran partido burgués “de izquierda” en el “Cartel des gauches” (Cartel de las Izquierdas).

La burguesía necesita a agentes en el seno de la clase obrera, aún a riesgo de conceder libertades democráticas a los trabajadores y prebendas a las burocracias obreras. De lo contrario, si quiere escatimar en burocracias obreras, tiene que abandonar el poder en manos de una junta militar o del fascismo, lo cual resulta arriesgado.

La gran burguesía, que no constituye más que una fracción ínfima de la nación, no puede mantenerse en el poder sin el apoyo de la pequeña burguesía de las ciudades y el campo, es decir, entre los últimos representantes de las antiguas clases medias y entre las masas que constituyen hoy las nuevas clases medias. En la actualidad, este apoyo reviste dos formas fundamentales, políticamente antagónicas, pero históricamente complementarias: la socialdemocracia y el fascismo. En la persona de la socialdemocracia, la pequeña burguesía, que va a remolque del capital financiero, arrastra tras de sí a millones de trabajadores. La gran burguesía alemana, hoy, vacila; está dividida. Los desacuerdos internos son solamente sobre el tratamiento a aplicar a la crisis social actual. La terapéutica socialdemócrata repugna a una parte de la gran burguesía, ya que sus resultados son inciertos y trae consigo el riesgo de unos costes demasiado elevados (impuestos, legislación social, salarios). La intervención quirúrgica fascista le parece a la otra parte demasiado arriesgada y no justificada por la situación. (Trotsky, El giro de la Internacional Comunista y la situación en Alemania, 26 de septiembre de 1930)

La sorpresa de la victoria del fascismo en Alemania en 1933, a causa de la política criminal del SPD y del KPD, provoca igualmente un giro a la izquierda de la reconstituida “2ª Internacional”. Surgen o se refuerzan corrientes centristas en el seno de sus partidos. Pero, excepto en los casos en que los bolcheviques-leninistas captan las aspiraciones de los obreros y estudiantes socialistas para orientarlas hacia una nueva internacional, las corrientes centristas retroceden hacia el reformismo de origen o se unen a un estalinismo tan contra-revolucionario como el de su casa matriz.

El PS-SFIO y el PC-SFIC, que se hizo a su vez patriota en 1935, se alían con el Partido Radical en un programa para el mantenimiento del capitalismo francés y la defensa del Estado burgués, el del “Frente popular”. La “dictadura del proletariado”, del PS y del PCF no impide a Blum ejercer el poder en 1936 y 1937 con el apoyo de Thorez, para salvar a la burguesía, amenazada por las huelgas generales, y a su imperio colonial, perturbado por los movimientos de liberación nacional.

Siglo XX: el estalinismo envenena al movimiento obrero

Con la degeneración de una URSS atrasada y aislada, los partidos comunistas creados en el marco de la IC de la época de Lenin y Trotsky convergen, a partir de 1924, con el reformismo, hasta el punto de adoptar en 1934 su patriotismo y su estrategia de alianza con la burguesía (rebautizada “frente popular”).

Con la transformación social-patriótica del estalinismo, ya casi no hay distinción entre la 2ª y la 3ª Internacional. (“L’Evolution de l’Internationale communiste”, julio de 1936, Les Congrès de la 4e Internationale, La Brèche, t. 1, p. 170)

En 1943, sin celebrar ninguna cumbre, Stalin disuelve la 3ª Internacional. La Internacional reformista constituida en 1920 (IOS) se paraliza a partir de 1935; puesto que los partidos laboristas y socialdemócratas del norte de Europa son hegemónicos en su clase obrera y hostiles a los frentes populares, mientras que los partidos confrontados a un fuerte partido estalinista están a favor de ellos. Algunos partidos intermedios entre la IOS y la IC constituyen en 1932 una internacional centrista (CMRI, llamado Buró de Londres) que capitula ante los frentes populares y se opone por consiguiente a la 4ª Internacional. Se hundirá con la Segunda Guerra Mundial.

La Internacional Socialista se funda en 1944 sobre la base de la adhesión a los Aliados en la guerra inter-imperialista, y luego al imperialismo americano durante la Guerra Fría. Relanzada por los mismos partidos que la IOS de antes de la Segunda Guerra Mundial, ya no es una internacional obrera, porque integra a una decena de partidos burgueses de los países dominados. Por ejemplo, excluirá a la RDC de Ben Alí, sólo después de la revolución tunecina de 2011. Y determinadas corrientes socialistas se ven integradas en un partido burgués, como Sanders o los DSA que son miembros del Partido Demócrata en los EEUU, partido apoyado desde el exterior por lo que queda del partido estalinista CPUSA.

Los partidos hundidos desde hace tiempo en la democracia burguesa o los sometidos al Kremlin, todos nacionalistas, nunca trabajaron por el poder de los trabajadores, ni por el socialismo mundial. En el mejor de los casos, expropiaron el capital, instaurando una dominación totalitaria de una casta burocrática privilegiada sobre los productores. La mayoría de las veces, gestionaron lealmente el capitalismo por cuenta de la burguesía, como en el caso del PCF y del PS de 1944 a 1946, de 1981 a 1984 y de 1997 a 2002. De este modo, prepararon, en ocasiones con partidos centristas (USPD, POUM, MIR…), las condiciones políticas para el aplastamiento del proletariado por la clase dominante, como ocurrió en Alemania en 1919 y 1933, en España en 1937, en Indonesia en 1965, en Chile en 1973… otras veces, participaron directamente en la represión del movimiento revolucionario, como el PSR y el PM en Rusia en 1917, el SPD en Alemania en 1919, el PCE-PSUC en España en 1937, el PCV en Vietnam en 1945, el SED en Alemania en 1953, la SFIO en 1956 en Argelia, el PCC en China en 1968, el POUP en Polonia en 1971, el PCC en 1989…

El socialismo en un único país resulta imposible. Con el paso del tiempo, las burocracias estatales fueron cediendo cada vez más a la presión económica, ideológica, política y militar del imperialismo en los años 1970 y 1980 en Yugoslavia, Hungría, Rumania, Polonia, Alemania… En los años noventa, la nueva introducción del capitalismo en los dos principales Estados obreros, Rusia y China, liquidó la propiedad colectiva de los medios de producción y transformó a una parte de la casta burocrática usurpadora en capitalista. La burguesía mundial explotó al máximo esta derrota de la clase obrera mundial, incluso en el terreno ideológico, añadiendo confusión en la conciencia de las masas, que asimilaban la derrota de la burocracia con la derrota del socialismo. Inevitablemente, los partidos reformistas, a remolque de su burguesía, acentuaron entonces su integración ideológica y programática al capitalismo. La mayoría de los partidos reformistas abandonaron cualquier referencia al socialismo: véanse, entre otros, el plan de julio de 2017 de Schulz (SPD), el manifiesto de mayo de 2017 de Corbyn (Partido Laborista), el programa de diciembre de 2016 de Mélenchon (LFI). El centrismo mismo, que se alinea con los aparatos reformistas, se desplaza hacia la derecha: varias organizaciones desaparecen de la escena política y otras mantienen las distancias con la revolución rusa y el bolchevismo, el armamento del pueblo y la dictadura del proletariado.

La restauración del capitalismo en Rusia y China en 1992 por la burocracia estalinista también anuló la oposición que databa de la “Guerra Fría” entre los partidos obreros burgueses, que servían directamente a “su” burguesía y aceptaban la hegemonía imperialista americana (como el PS-SFIO en Francia) y los partidos “marxistas-leninistas”, que estaban ligados a la burguesía mundial indirectamente, por su dependencia respecto a burocracias usurpadoras de los Estados obreros degenerados (como el PCF en Francia). También atenuó la separación, entre estos últimos, entre la minoría que había elegido las subvenciones y el apoyo de China y la mayoría que se había mantenido fiel a la URSS.

La mayoría de los partidos estalinistas conductores de la guerrilla en el campo dejaron las armas (entre ellos las FARC de Colombia en 2016). Algunos participaron en gobiernos burgueses (PCUN-M en Nepal de 2008 a 2009, de 2010 a 2013 y en 2016) o continúan haciéndolo (FSLN de Nicaragua, SACP de Sudáfrica).

Siglo XXI: el reformismo sin reforma

Todos los partidos reformistas contemporáneos son, según el calificativo de Daniel De León retomado por Lenin, “partidos obreros burgueses”.

El “partido obrero burgués” es inevitable y típico en todos los países imperialistas. (Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo, octubre de 1916)

Los partidos reformistas son obreros por su origen y por los lazos que conservan con la clase obrera, por la adhesión directa, por los sindicatos, o de manera más distendida, por las elecciones; burgueses por su programa y por su política. En efecto, esta última se decide por una burocracia, un aparato que controla el partido, en lugar de estar al servicio del partido obrero.

La existencia determina la conciencia. La burocracia obrera es parte integrante de la sociedad burguesa… Los diputados gozan de importantes privilegios. Los burócratas sindicales cobran salarios altos. Están todos atados a su burguesía por lazos permanentes, a su prensa, a sus empresas en las cuales un buen número de estos señores participa directamente. (Trotsky, “La 2e Internationale à la veille de la nouvelle guerre”, 29 de julio de 1939, Contre le fascisme, Syllepse, p. 675)

Los burócratas sindicales y políticos son los agentes de la burguesía. Esto hace del partido una correa de transmisión entre la clase dominante y la clase obrera, en vez de servir a los intereses del conjunto de los trabajadores y trabajadoras contra la clase dominante. Dicho de otra manera, los partidos llamados reformistas no son partidos que concedan reformas a favor de los trabajadores, tal y como pretenden, sino partidos que traicionan a la clase obrera.

Las conquistas políticas y económicas obtenidas al final de la Segunda Guerra Mundial, no se lograron gracias a los partidos obreros burgueses y a las direcciones sindicales, sino que se consiguieron gracias al armamento del pueblo en Grecia, Italia y Francia, bajo la amenaza de una revolución proletaria. El hecho de que los gobiernos estén dirigidos por partidos burgueses o partidos reformistas resulta bastante secundario.

Durante el período siguiente, el de los “Treinta Gloriosos”, la burguesía de los países imperialistas concedió otras ventajas, gracias a la prosperidad económica y a la sobreexplotación de los proletarios de los países dominados, pero siempre bajo la presión de la clase obrera, de los estudiantes, de las minorías étnicas… Los partidos reformistas se vuelven “keynesianos”, pero ocurre lo mismo en los grandes partidos burgueses de la época.

Pero las conquistas, si no están garantizadas por la toma de poder por los productores, son frágiles. Con la baja de la tasa de ganancia de los años 1960, el desmantelamiento del sistema monetario internacional de Bretton Woods en 1971 y 1973, la vuelta de la crisis mundial de 1973, la inflación galopante… las burguesías deciden una contraofensiva facilitada por el desempleo de las masas y justificada por la ideología del liberalismo. Los economistas neoclásicos, los periodistas a sus órdenes y los políticos burgueses no dudan en llamar “reformas”, por antífrasis, a las contrarreformas, al desmantelamiento de las conquistas sociales.

Así pues, los “reformistas”, una vez más, demuestran que no defienden los intereses de los trabajadores y no cumplen el programa mínimo. Frente al desempleo de masas y a las amenazas de deslocalización, las burocracias sindicales se dedicaron a negociar ataques contra los asalariados a todos los niveles, a nivel local y en todo el país. Así pues, cuando estuvieron en el poder, los partidos reformistas privatizaron y recortaron las conquistas sociales, del mismo modo que lo hicieron los gobiernos de los partidos burgueses tradicionales.

Los oportunistas socialdemócratas no conocen más que una política, la adaptación pasiva. En las condiciones del capitalismo decadente nada les queda más que la rendición de sus posiciones una tras otra, el olvido de su ya miserable programa, la rebaja de sus exigencias, la renuncia a toda demanda, la retirada permanente cada vez más y más… (Cuarta Internacional, Manifiesto sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial, mayo de 1940)

Los “reformistas” se dividen, al igual que su burguesía, por los acuerdos regionales (entre los cuales el más avanzado es el de la Unión Europea), los tratados de librecambio, las migraciones, las alianzas militares…

Después de la guerra, los laboristas británicos se preocupan poco por Europa y se apoyan básicamente en su imperio colonial, mirando de reojo a los Estados Unidos; los socialistas alemanes denuncian primero, a través de un discurso totalmente nacionalista, cualquier perspectiva europea. (Michel Dreyfus, “Les socialismes européens de la fin de la Seconde Guerre mondiale à la chute du socialisme réel”, Actuel Marx, 1o semestre de 1998)

Además, los dirigentes de los partidos políticos obreros burgueses, en vez de ser antiguos obreros o empleados, son reclutados cada vez más a menudo en los mismos establecimientos que forman a la elite burguesa (por ejemplo, Blair salía de Oxford, Hollande de la ENA…). Los expertos en comunicación juegan aquí un papel creciente, como en los partidos burgueses tradicionales.

Como los gobiernos de los partidos reformistas también llaman “reformas” a las contrarreformas para rectificar la tasa de ganancia, se refugian detrás de la modernización social (discriminación positiva, derecho al aborto, matrimonio homosexual, etc.) que, si bien es progresista en sí, no afecta a la rentabilidad del capital… y además puede llevarse a cabo igualmente por partidos burgueses.

Por consiguiente, los lazos con la clase obrera a menudo se relajan. Algunos pasan del “socialismo en un único país” al capitalismo en un único país, rebasando el chovinismo para intentar recuperar a una audiencia electoral (KKE en Grecia, LFI en Francia…) y designan como enemigo principal a la Unión Europea. Pero mezclan las fronteras entre las clases y juegan con fuego.

Toda declaración patriótica de Blum, Zyromsky, Thorez, etcétera es agua para el molino de la teoría racista (el nacionalismo) y, en última instancia, ayuda a Hitler… Combatir al fascismo con armas nacionalistas es arrojar leña al fuego. (Trotsky, ¿Quién defiende a Rusia? ¿Quién ayuda a Hitler?, 29 de julio de 1935)

La evolución del reformismo (desgaste de la mayoría de los viejos partidos o “populismo” declarado de los nuevos movimientos) mitiga la diferencia entre partidos obreros y partidos burgueses. Facilita, por falta de una alternativa revolucionaria de tipo bolchevique, el auge de los movimientos ecologistas, clericales, xenófobos…

Sin combate contra el reformismo, no hay revolución posible

Sin embargo, muchas formaciones recurren hoy en día a Marx, Lenin y Trotsky. Pero en lugar de confrontar a las agencias de la burguesía y de marcar el camino de los partidos obreros revolucionarios e internacionalistas, las corrientes intermedias, centristas, del movimiento obrero se niegan, como los izquierdistas, a combatir a las burocracias oportunistas y chovinistas.

Señores kautskianos, sino de que ustedes, ahora, en los países imperialistas de Europa, se prosternan como lacayos ante los oportunistas, que son extraños al proletariado como clase, que son servidores, agentes y portadores de la influencia de la burguesía y, si no se desembaraza de ellos, el movimiento obrero seguirá siendo un movimiento obrero burgués. (Lenin, El imperialismo y la escisión del socialismo, octubre de 1916)

En la práctica, las imitaciones del trotskismo y los ex religiosos del maoísmo:

  • se integran frecuentemente en los aparatos corruptos de los sindicatos: un caso notable es el de Jean-Paul Mercier, dirigente nacional de LO/ Francia y portavoz de la CGT automóvil, lo cual explica que LO haya participado con el NPA y los POI en el sabotaje por las burocracias de la CGT y de FO del movimiento contra la ley laboral del gobierno PS-PRG en 2016.

La política que proponía la dirección de la CGT correspondía al movimiento mismo, a nivel de la movilización. (Lutte de classe, julio de 2016)

  • respaldan tentativas de tal o cual fracción de los viejos partidos obreros burgueses para seguir engañando a los trabajadores y trabajadoras bajo una nueva etiqueta (ERG en Dinamarca, IU en España, PRC en Italia, DL en Alemania, Syriza en Grecia, PSOL en Brasil, Podemos en España, LFI en Francia…),
  • intentan ellos mismos construir nuevos partidos reformistas (PTB-PVDA en Bélgica, PT-POI en Francia, TUSC en Gran Bretaña, NPA en Francia, AAA-PBP en Irlanda, LU en Gran Bretaña, FIT en Argentina, BE en Portugal, AWP en Pakistán, Salt en los Estados Unidos…),
  • se unen al nacionalismo pequeño burgués (SSP en Escocia, CUP en Cataluña, QS en Quebec…) o burgués (UCK en Kósovo, PKK en Turquía, PSUV en Venezuela, FP en Túnez…).

Con la búsqueda desesperada de sustitutos de la clase obrera y de atajos a la construcción del partido revolucionario, los centristas contemporáneos combinan en proporciones variables:

  1. la confianza en el Estado burgués: capacidad de las elecciones y de los referéndums para transformar la situación a favor de los trabajadores, llamadas a la ONU para intervenciones militares “humanitarias”, solicitud de leyes y medidas contra los fascistas, apoyo a los policías (DSM en Sudáfrica, SPEW y SAp en Gran Bretaña, LO y Groupe la Commune en Francia, etc.),
  2. la versión moderna de “el movimiento es todo, el objetivo no es nada” (Bernstein) con la adición “de las luchas”, la superposición de “movimientos” de todo tipo sin revolución, que dejen intacta la explotación capitalista y al Estado burgués,
  3. “El anti-liberalismo” keynesiano, estatista y proteccionista, hasta el punto de rechazar la libertad de circulación y de alojamiento a los refugiados, a los trabajadores y a los estudiantes (SL en los Estados Unidos, SPEW en Gran Bretaña, etc.)
  4. la capitulación ante las burocracias sindicales incluso cuando negocian ataques contra los asalariados, el apoyo a sus maniobras como las “jornadas de acción”,
  5. un “anti-imperialismo” mitificado que algunos extienden a los nuevos demagogos latinoamericanos (Chávez-Maduro, Morales…), a los déspotas árabes sangrientos y vendidos al imperialismo ruso (como Al-Assad hijo) o a los islamofascistas que aplastan cualquier organización obrera y que atormentan a las minorías (hasta presentar a Al-Qaida/ Al-Nosra/ Fatah-al-Cham como conductores de una “revolución” en Siria).

Las clases sociales, el movimiento obrero y sus divisiones cristalizadas en la época de la decadencia capitalista, son sustituidas por categorías periodísticas y superficiales: “la izquierda” (que mezcla alegremente a la burguesía, a la pequeña burguesía y al proletariado); “un partido radical” miembro de “la izquierda radical” (una noción elástica que atañía ayer a Tsipras y Varoufakis y hoy en día se extiende al cacique del Partido Demócrata Sanders y al reformista de Su Majestad Corbyn); un “partido útil” según la nueva terminología de la “4ª Internacional” pablista (pero ¿“útil” a qué clase?)…

Partidos “útiles” posibles y necesarios. (Rousset, “Reflexiones sobre la cuestión del partido”, Viento Sur, febrero de 2017)

Para combatir a los cómplices sindicales de los explotadores económicos del proletariado, para combatir a sus explotadores políticos como Hollande, Mélenchon, Bachelet, Tsipras, Corbyn, Sánchez, Iglesias, Di Rupo, Mertens, etc. no es suficiente con denunciarlos. Hay que demostrar a las masas, que aprenden ante todo por la experiencia, que los dirigentes actuales deben ser sustituidos, y que debe constituirse una internacional obrera revolucionaria, así como consejos. Esto supone:

excepcionalmente, la entrada en un partido centrista o reformista,

en ocasiones, la consigna de “partido obrero” (donde existen sindicatos de masas, pero ningún partido obrero),

eventualmente, el voto a favor de los candidatos reformistas cuando los comunistas no dispongan de un candidato o candidata (sin hacer creer jamás que una victoria electoral podría mejorar la situación de los explotados),

a menudo, la consigna de “gobierno obrero” o determinadas variantes adaptadas al país, pero siempre basándose en la ruptura con la burguesía,

frecuentemente, tácticas de frente único obrero,

siempre, un combate en pie de igualdad en los sindicatos de masas contra sus direcciones.

Sin embargo, la condición de toda política comunista hacia el “reformismo” (sindical y político) consiste en analizarla por lo que es, una traición, y comprender su raíz social, la corrupción de los aparatos de las organizaciones obreras de masas por los explotadores y su transformación en burocracias, que son meros intermediarios de la clase dominante en el seno de la clase obrera.

La auténtica unidad de la internacional, y de sus secciones nacionales no se puede garantizar si no es sobre unas bases marxistas revolucionarias, y éstas a su vez sólo pueden ser creadas mediante la ruptura con los socialpatriotas. (Trotsky, Carta abierta por la creación de la Cuarta Internacional, mayo de 1935)

23 de septiembre de 2017

Buró del Colectivo Revolución Permanente